La Habana, Cuba. – Ahora que en Latinoamérica algunos usan el término para atrapar el favor de poblaciones desfavorecidas en espera de realidades más justas, vale la pena recordar que el primer modelo de cambio en Latinoamérica, fue el de Cuba.
Transformaciones en lo político, lo económico y lo social que dieron a la Isla su verdadera independencia y permitieron a su pueblo acceder a los instrumentos necesarios para crecer y desarrollarse, haciendo suyos el dominio del saber y la ilustración, de la ciencia y la técnica.
Esa conquista convirtió al país en cuna de expertos capaces de crear las vacunas que salvan miles de vidas, y la dejó ver como manantial de donde han brotado exponentes de lo mejor de la cultura.
Fue Fidel quien marcó ese parteaguas el 1 de Enero de 1959. Él nos dio la dignidad y el orgullo de proclamarnos cubanos.
Unidos ante los retos
Fin de la explotación del hombre, derecho al trabajo e igualdad de género -valor cuya proclamación en Cuba se adelantó a las batallas que se siguen librando aquí y en el mundo- fueron derroteros de un hombre tan sagaz estadista, como gran ser humano, emparentado con el Che en la capacidad de sentir el sufrimiento ajeno como propio.
Nuestro acendrado sentimiento humanista y solidario lo debemos a sus enseñanzas, que abarcaron aspectos en apariencia menos importantes como su interés por dotarnos, dentro de las estrecheces de país subdesarrollado y sin riquezas, de lo más útil y necesario.
Fidel nos enseñó que la unidad es indispensable para ser fuertes. Ese valor, aprendido de los percances de nuestras primeras luchas libertarias, resulta definitorio hoy cuando, ante las adversidades, lo sabemos a él, con nosotros.