La Habana, Cuba. – Tras los resultados electorales de noviembre último, Donald Trump  se desgañitó gritando que hubo maraña para robarle fraudulentamente la presidencia de Estados Unidos.

Los gritos fueron tan altos y tan repetidos, que todos sabemos lo que ocurrió el Día de Reyes: otros contagiados con el virus conspiranoico de la ultraderecha se lanzaron a tomar el Capitolio. Fue un intento de golpe de estado en toda regla, alentado por las acusaciones sin pruebas del díscolo magnate reciclado como político.

El impacto de las repetidas denuncias ha sido tan grande que siete meses después aún en Estados Unidos hay quien asegura sin sonrojo que hubo fraude electoral. Pero lo peor es que esa actitud ha saltado las fronteras norteamericanas para infectar en otros puntos a políticos, casi siempre de derecha, que cuando pierden las elecciones, gritan a toda voz: Fraude.

Sin pruebas

La manía trumpista de denunciar fraude electoral sin pruebas parece haber contagiado a políticos tan distantes geográficamente como el expremier israelí Benjamin Netanyahu o la fracasada candidata presidencial peruana Keiko Fujimori.

Tanto uno como la otra se negaron a aceptar los resultados de los comicios en los que resultaron derrotados. Salvando las distancias, y nunca mejor usada la frase, en ambos casos es el mismo discurso de una derecha negada a aceptar la realidad y que construye un mundo paralelo para justificar la frustración de la derrota.

Las urnas hablaron tanto en Israel como en Perú, pero el discurso de los perdedores trató de revertir resultados y lo que es más peligroso alienta a sus partidarios a tomar acciones violentas. Así se siente muy lejos de Washington el eco de las provocadoras mentiras de Trump.