Más allá de nuevo coronavirus, el país sufre ahora una infección que, en circunstancias extremas, puede dañar severamente al cuerpo social cubano, aunque tiene raíces económicas enterradas en las carencias.

La reventa a precios astronómicos no es un fenómeno exclusivo de Cuba y ni siquiera actual. Para no ir muy lejos, algo similar sucedió en la Europa de post guerra o en la extinta URSS tras su desmembramiento.

Es algo que sucede durante un periodo de crisis en cualquier país. Sin embargo, Cuba no es cualquier país, porque hoy mantiene un ordenamiento socio-político diferente, basado en el humanismo, la equidad y la solidaridad.

Y ese es precisamente el quid del problema. Las actitudes de acaparadores, revendedores y coleros, que sin un ápice de ética lucran con la necesidad ajena, van de frente contra el corazón del proyecto cubano.

Extirpar un tumor

Como la mala hierba en primavera, acaparadores, revendedores y coleros han florecido a lo largo y estrecho de la geografía nacional.

Es la reproducción de un fenómeno que lesiona la distribución correcta de lo poco que tenemos y por tanto impide que los productos lleguen a un mayor número de personas y con los precios establecidos por el Estado.

Esa especie de mafia de mochilas, camisetas y lycras, agresiva y vociferante, ya tuvo un revés el año pasado cuando el tumor se extirpó de las tiendas de materiales de construcción, los llamados Rastros.

Habrá ahora que tomar medidas similares y más drásticas, porque el contexto es muy diferente, pero se necesita atajar un mal que se nos ha ido de las manos. Y en esa pelea hay que apoyar a las autoridades para que la mayoría no siga sufriendo por el actuar de unos pocos.

El pueblo lo pide.

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