La Habana, Cuba. – “No venimos propiamente a enterrar a un muerto, venimos a depositar una semilla», afirmó el líder histórico de la Revolución, Fidel Castro Ruz, en el sepelio del Capitán de la clase obrera cubana, Lázaro Peña González, el 11 de marzo de 1974.

Y es que en el dirigente sindical se sintetizaron principios y valores de la Revolución Cubana, fraguados en la lucha contra el machadato, el mujalismo, la opresión y la discriminación, y a favor de los derechos de los trabajadores.

Así fue el niño pobre que al fallecer su padre abandonó sueños de ser músico para trabajar y ayudar en casa; aquel que sufrió detenciones y en el que se fue forjando la visión del peligro que representaba para Cuba el anexionismo, contra el que había que aglutinar a la clase obrera.

Ejemplo de espíritu de sacrificio y lealtad, Lázaro Peña fue un gran organizador, orador de palabra sencilla y clara.

Mano de hierro con guante de seda

Comprensivo aun con los problemas y criterios que no compartía, persuasivo sin imponer criterio; la sencillez y gran sensibilidad de Lázaro Peña lo hizo merecedor de diferentes cargos sindicales dentro y fuera de Cuba, además de formar parte del Comité Central del Partido desde su constitución.

El histórico XIII Congreso de la CTC, liderado por él, logró sintetizar las bases del movimiento sindical cubano, en y para el socialismo.

Del intachable dirigente obrero diría Nicolás Guillén: “A una inteligencia brillante, sostenida siempre por la acción, Lázaro añadía el don de lo criollo. Tenía un sentido fino, delicado, realmente cortés, para presidir una asamblea, aclarar un concepto sin herir susceptibilidades, lo que le permitía encauzar la discusión con mano de hierro bajo guante de seda”.

Hoy, su ejemplo continúa siendo acicate para enfrentar adversidades.