El 24 de febrero de 1895 volvió a encenderse en Cuba la llama de la libertad para fundar la Patria. Cupo a José Martí la gloria de poner en marcha la Revolución.

Debió antes unir voluntades y movilizar fuerzas, sobreponerse a traiciones, resentimientos y antagonismos. Sin descanso, recorrió muchas ciudades de Estados Unidos y América Latina, para llevar su prédica revolucionaria a tantos cubanos dispersos por otras tierras.

Con aquella labor política de verbo encendido buscaba sacudir a los adormecidos y distantes, persuadir a los escépticos y movilizar a quienes, sin reparos, estaban ya dispuestos a la hora suprema del sacrificio. Era necesaria aquella guerra.

Y Martí se dedicó a juntar y a fundar. Organizó el Partido Revolucionario Cubano y forjó la alianza imprescindible entre guerreros fogueados y combatientes bisoños para el estallido redentor.

Quien tenga Patria, que la honre

126 años atrás Cuba volvió a alzarse en armas. Estalló la guerra necesaria, como la llamó José Martí, el alma de la Revolución, el intelectual que en cartas y manifiestos halló un arma potente para definir aspiraciones de una lucha contra la tiranía de la metrópoli española pero también contra las apetencias ya imperiales del vecino del Norte

El 24 de febrero de 1895, José Martí, Máximo Gómez, Antonio Maceo y tantos otros, tomaron las armas para conquistar una Cuba libre, independiente.

Llegarían luego tiempos turbulentos, que troncharon sueños e ideales, pero sus continuadores -nutridos con savia de libertad- lograron finalmente una nación sin más dueños que los cubanos.

De seguro porque -como avizoró Martí- «lo que nace del fuego patriótico, perdura». Y ésta es tierra de amor y combate.