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La Habana, Cuba. – Entre una organización exquisita, la drástica reducción de pruebas respecto a la edición anterior, la pugna por el segundo lugar entre Cuba y los anfitriones canadienses, y un fantasma de dopaje bien misterioso, la ciudad de Winnipeg acogió la XIII y última edición de los Juegos Panamericanos en el siglo XX.

En la espaciosa Universidad del territorio montaron la Villa Panamericana, considerada la mejor en la historia de estos certámenes, no solo por la infraestructura, sino por la atención de los voluntarios y estudiantes del propio centro.

Meses antes de iniciarse la cita, los locales aseguraron que desplazarían a Cuba del codiciado segundo escaño.

Un enrarecido acoso político en los medios de prensa hacia nuestra delegación y sospechosos casos de dopaje de Sotomayor y los pesistas William Vargas y Rolando Delgado, hicieron crecer el espíritu de la comitiva.

Otra batalla épica

Imprescindible en cualquier recuento de Cuba en los Juegos Panamericanos de Winnipeg la faena del gimnasta Erick López, rey de esta justa con cinco doradas a su pecho de las siete que aportó este deporte al medallero cubano.

De la familia de los mosqueteros llegaría la contribución de nueve campeones, igual cifra a la conseguida por boxeadores y judocas. El atletismo, encabezado por los campeones mundiales Iván Pedroso, Anier García, Yoelbis Quesada, Aliuska López, Daimí Pernía y Yamilé Aldama, sumó 10 preciados cetros al botín.

El único récord del orbe de los Juegos también lo implantó un cubano: el pesista Idalberto Aranda en el envión. Los luchadores no quisieron hacer menos y siete monarcas salieron del colchón.

Cuba venció otra batalla épica. La próxima versión volvería al Caribe, específicamente a la tierra del merengue, Santo Domingo.