La Habana, Cuba. – Tras intensos días de ininterrumpido trabajo, la Convención Cubana, especie de logia patriótica, aprobó las bases y estatutos del Partido Revolucionario Cubano que José Martí mismo acababa de redactar.
También se delegó en él para la redacción de los Estatutos secretos del Partido.
Tuvo Martí la histórica misión de aunar voluntades para transformar sustancialmente el orden cualitativo del proceso de preparación de la continuidad de la Revolución.
Las enseñanzas de los fallidos esfuerzos anteriores, su conocimiento de la realidad de Cuba, su gran cultura y visión de los problemas de su tiempo, le permitieron fortalecer su convicción de que el camino de la revolución pasaba por una profunda preparación político-ideológica y organizativa de la misma.
Aliento revolucionario
El 10 de abril de 1892, los clubes de emigrados eligieron a Martí Delegado del Partido, y a Benjamín Guerra, su tesorero. Tenía el Maestro 39 años y una madurez que había ido agotándolo, pues llevaba días enfermo.
No era aquella una agrupación tradicional, sino un Partido Revolucionario garante de la unidad y capaz de convocar al pueblo a la acción política; por eso escribió después, que el Partido Revolucionario Cubano era la agrupación “de los que aspiran a crear una nación ancha y generosa, fundada en el trabajo y la equidad”.
Sus ideas van expuestas en las bases del Partido, que acata y mantiene, y su fundación y fines apuntaban a su capacidad para despertar la confianza en la grandeza de una guerra necesaria e independentista.
¡A la obra, todos a la vez, y tendremos casa limpia, dijo y llamó a hacer marchar la revolución.