Hoy 7 de mayo, el Conjunto Folclórico Nacional arriba a su aniversario 60 y en su homenaje Radio Reloj –gracias a la colaboración de nuestra colega Gardenia Companioni Chio- publica la entrevista que en 1979 le hiciera a Nieves Fresneda (5/8/1900-1/9/1980), la periodista Evangelina Chio, fundadora de la revista Revolución y Cultura y fallecida en mayo de 2016.

(Entrevista a Nieves Fresneda; Revolución y Cultura, No. 85 de 1979, pp. 46-49)
Por: Evangelina Chió (18/10/33-27/05/2016)

Habla de los mitos y del ritual yoruba, de sus deidades: Eleguá, el que abre y cierra los caminos; de Oshún, fatal en amores, pero sandunguera y voluptuosa; de su hermana Yemayá, “cabeza principal” sobre las demás divinidades. Sus ojos antiguos adquieren entonces fugaces resplandores; el tono de su voz se torna misterioso, confidencial; y su figura menuda, delgada y seca como una rama sin nutrientes, se yergue extática o se mueve ocasionalmente al vaivén de imaginarias olas, todo para mostrarme los movimientos del mar embravecido al chocar en la rompiente.
—El baile de Oshún es algo así, conquistador, amoroso. El de Ogún es distinto, debe representar al hombre desyerbando con ayuda del machete. ¡Ah, pero el de Yemayá! sabiendo usted bailar, y conociendo el golpe del tambor, sabe ya cuándo el mar está picado y hace el movimiento de las olas con las mismas sayas —la de arriba en azul claro y la de abajo en azul oscuro—, para que el brillo de las serpentinas plateadas parezca la espuma del oleaje y de pronto ¡paf! hace con las mismas sayas como si el agua se rompiera contra el arrecife.

De pronto pienso que es la misma Yemayá quien me está trasmitiendo su mítica sabiduría, por lo que conoce de la vida y del baile. Quizás se deba al sopor que provoca la tarde quieta y calurosa, por eso insisto en que me hable de sus artes.
Continúa frente a mí, tranquila y satisfecha, vestida de satén turquesa. No lleva ahora sus dobles sayas realzadas por trencillas brillantes, ni los incontables collares de caracolitos indios, ni el turbante azul celeste, ni las zapatillas que tantos escenarios cubanos y extranjeros han pisado. Lleva, sin embargo, la leyenda de haber iniciado una carrera artística a los sesenta y dos años de edad, cuando otras estrellas, en su retiro, se agotan contando las pasadas glorias que atestiguan programas amarillentos y gastados recortes de periódicos. Sí, porque para Nieves Fresneda la vida recomenzó con la creación del departamento de Folclor del Teatro Nacional, en 1959, y con la del Conjunto Folclórico Nacional, hace diecisiete años.

—A mí me conocía Argeliers León desde tiempo atrás, cuando yo estaba en la comparsa “Las bolleras”, y también por haberlo ayudado, como a don Fernando Ortiz, a demostrar, en la sala Covarrubias, cómo eran los bailes y las costumbres de los lucumíes, ¡porque yo los había visto cuando era chiquita! Vine al conjunto en 1962, cuando lo fundaron Rogelio Martínez Furé y el mexicano Rodolfo Reyes, que, para decir verdad, rescató el folclor y todo ese arte que se estaba perdiendo. ¡Mire si es cosa grande esta Revolución! También vinieron otras planchadoras como yo —que en este oficio no hay quien me gane—, zapateros, albañiles, vendedores de periódicos, recolectores de botellas, algunos que trabajaban en los mataderos… Y nada de eso era malo, sino una forma de ganarse la vida. Todavía de ellos quedan aquí unos cuantos. Habíamos aprendido a bailar en las fiestas de los solares o por tradición de familia y, además, nos sabíamos algunos cantos. ¡Y mire ahora lo que ha llegado a ser el Folclórico!
La herencia del baile la recibió de sus padres, Nicolás y Francisca, grandes
aficionados al danzón y fiesteros de buena ley. Su niñez pobre, transcurrida al calor de los abuelos, fue marcada por la cultura de los “negros de nación”, desarraigados del continente africano por los comerciantes de esclavos en el siglo pasado, que entonces vivían en el solar, en su barrio. De ellos aprendió sus costumbres, sus comidas, sus bailes, su música y algunos cantos.

—Siempre me gustó la rumba, el guaguancó, el yambú, tan cadencioso y elegante, bueno, todo lo que moviera los pies. Los otros bailes los aprendí al ver a los congos, a los ararás, a los yorubas, en sus días de fiesta y en sus cabildos. Dicen que todavía existe ese solar llamado El África, que tenía dos patios: en el primero vivían congos y en el de atrás chinos que se peinaban coletas y vendían sus mercancías en canastas. Recuerdo que en el barrio había también lucumíes de caras rayadas. Cuando había fiesta ponían mesitas en la esquina de la calle, con su anafe y su calderito para freír y vender bollitos de frijoles carita y otras chucherías, mientras al compás del órgano y de dos timbales se divertía la juventud. Esa música africana… ¡Ay hija! Era muy linda, había que entender el lenguaje de sus tambores con el corazón.

A una bailadora como Nieves le pregunto si cree que nuestra juventud sabe realmente bailar. Medita un poco y luego se arriesga:
—Estoy de acuerdo en que los jóvenes de hoy aprendan bien los bailes cubanos y, después, que den todos esos brincos que se usan. Hay que aprender de todo, pero, eso sí, lo de uno es lo fundamental, si no, ¿cómo podrían enseñar como yo a los que vengan detrás? Hoy tenemos en Cuba muy buenos bailadores de rumba, hay una mano de muchachitos que hay que decirles usted, ¿sabe? Porque la rumba se mete por los poros en la piel y, bueno…

Esta Nieves, vieja diosa yoruba, peinada con un airoso moño, debió ser linda cuando ya jovencita regresó a vivir con su madre. Su voz trae los años difíciles, cuando aquella fallece y tiene que hacerse cargo de sus seis hermanos menores.
Pronto contrae matrimonio, vienen los hijos, luego el divorcio, las penurias, el trabajar en cualquier cosa honrada para subsistir, un segundo matrimonio y otros hijos, pero nada es obstáculo para que frecuente sociedades bailables como Los Jóvenes del Cayo, Unión Fraternal, Minerva y, más tarde, las agru-paciones musicales Los Roncos, El Renacimiento, donde también cantó.

—Después me fui alejando de las agrupaciones y vino lo de la comparsa. Ahí entraban negras de nación que hacían bollitos. Ellas usaban camisones largos que les servían de blusa y saya, pañuelos de colorines en la cabeza, collares de coral y aretes de calabrotes.* En el año 1937 se nos ocurrió hacer la comparsa “Las bolleras”. En ella llevábamos un fogón y un caldero con manteca que, ya llegando a San José y Prado, estaba bien caliente para freír la masa que habíamos preparado desde la víspera. Entonces me echaban los bollitos calientes en un platón y, como además de ser la que enseñaba los bailes y pasos a las mujeres era la pregonera, salía voceando hacia el jurado:
Ya llegó, ya llegó
la que vende los bollos
calientes, calientes
ekó, ekó, olelé
ekó, ekó, olelé
¡chicharrones de tripita,
ekru y bollito caliente
emi akará, fumi lowo…

—Durante varios años fuimos ganando los primeros premios. Dejamos de salir en el 41, porque las cosas ya no se hacían como se debía, hasta murió el principal. Después volvieron a sacarla, pero ya no era lo mismo, a veces en estas cosas hay quien no sabe nada de folclor y se pone a inventar mamarrachos. Después me dediqué a mi casa y cuando murió mi esposo, hace treinta años, salí del barrio de Pueblo Nuevo para el de Santa Petronila, en Marianao.

Esta semblanza carecería de gracia si no dijéramos que también Nieves inició su quehacer en la enseñanza, como demostradora, cuando muchos maestros disfrutan de su retiro.

—Luego empecé a dar clases. Tuve como tres aulas con muchachas que salieron buenas bailarinas para el conjunto, como Nancy Zamora, y hasta algunas han llegado a ser instructoras de danza. Lo poco que sé lo enseñé a los muchachos de Danza Nacional y así estuve hasta que se fundó la Escuela Nacional de Danza. Me alegro de todo esto, porque una aficionada que yo enseñé recibió medalla en el Festival de Aficionados de Helsinki, en el 62, por bailar bien las danzas de Yemayá. Fueron muchos los que aprendieron de mí, a veces me da pena porque me saludan en la calle, “¡adiós, Nievecita!” y no los recuerdo bien.

Durante diecisiete años, los espectadores cubanos y de muchos países admiraron las danzas inspiradas de esta Yemayá criolla, su entrega apasionada al vaivén de las olas en el Ciclo yorubá (1963), debido a la coreografía de Rodolfo Reyes. Ella, como diosa de las aguas, ha atravesado los mares y ha llegado a recibir la felicitación hasta de varios jefes de Estado. También ha intervenido en el filme Historia de un ballet, de José Massip; en la danza La rebambaramba, de Ramiro Guerra; en un video tape con Martha Jean-Claude, y en obras para el teatro como El pagador de promesas.

—En 1964 fui a Argelia y allí me hicieron una fiesta fenomenal. En Yugoslavia me celebraron el cumpleaños en una ocasión. No he contado las veces que he ido a Moscú y a Leningrado, ¡tan bonito con su noche blanca! Y Venecia con sus góndolas. Estuve también en Polonia, en Berlín, en Hungría, en Rumania y en Inglaterra. ¡Ay, qué cosa más rica, hija!, ¡qué entusiasmo!, ¡qué de colas de la gente para vernos! Yo soy muy feliciana, todo me gustó, nunca pensé mirar tantas cosas. ¿Sabe usted lo que era para mí enseñar las cosas nuestras, el folclor a tanta gente de otros países? Eso era mucho, la verdad.

Formalmente Nieves se ha retirado. Fue en un acto sincero y cariñoso organizado por sus compañeros de trabajo, al que asistieron altas personalidades de la cultura y muchos de sus amigos y admiradores. Bailó su danzón de despedida con Agustín, ese gran bongosero del conjunto que también se retiraba. Nunca nos ha parecido una despedida, sino un comienzo. Nieves cree que hay entre las muchachas del Conjunto Folclórico buenas Yemayás que la sustituirán con dignidad, porque les entregó lo mejor de su vida. Sin embargo, la ausencia de Nieves no es definitiva, ella continuará no solamente como mito, sino como un
valor indiscutible de la danza folclórica cubana.

* Muchas personas de avanzada edad denominan “calabrote” a la joyería basta, rústica, confeccionada en metal innoble.