Al alfabetizador Manuel Ascunce Domenech casi siempre lo recordamos en ese minuto final en que lo encontraron, junto con el campesino Pedro Lantigua, suspendidos los dos en la rama de un flamboyán, en el Escambray espirituano.
Y olvidamos que los mártires tuvieron su día de primera luz, cuando avivaron los sueños y esperanzas de los padres y empezaron el camino de la vida. Manuel nació el 25 de enero de 1945.
El joven era serio, cuidadoso en el trato y responsable. En los fríos amaneceres del Escambray, recogía café, cortaba leña, se insertaba a la vida de los campesinos de Limones Cantero.
De su hijo, dijo Emilia Domenech con palabras sencillas: “Fue siempre tranquilo, introvertido, obediente”. Y la octogenaria mujer evocaba a un Manuel Ascunce para quien no existían egoísmos y el desinterés y la nobleza eran rasgos distintivos.
Un cake helado sube al Escambray
La única alumna que pudo terminar de alfabetizar Manuel Ascunce Domenech, fue Neisa Fernández, muchacha algo menor que el maestro, nacida en las lomas del Escambray.
Cuando se acercaban los quince de la joven, “Manolo” mandó a buscar a La Habana un cake helado y allá lo subieron sus padres, con mucho hielo seco, para que llegara intacto y dar la sorpresa.
Aquello era algo inaudito, nunca antes habían visto esos guajiros de la lomería un dulce tan bonito y aparentemente sabroso. Cuando lo repartieron, el alfabetizador rechazó su pedazo, porque lo comería a su regreso al hogar.
Así, con la sencillez y la modestia de los buenos, queda en la memoria afectiva Manuel Ascunce Domenech, el maestro que en las noches encendía el farol para llevar enseñanza; el eterno adolescente nacido el 25 de enero de 1945.