La Habana, Cuba. – Sin duda alguna, no cabe otro nombre que el de tragedia para el combate de aquel 19 de mayo de 1895.
Militarmente no fue quizás de los encuentros más reñidos, pero sí puede catalogarse entre los más significativos en el plano político de la Revolución del 95, dado que allí murió José Martí, el líder de aquella guerra diseñada por él con cuidado exquisito y para la cual preparó los corazones y la conciencia de los cubanos con sus discursos, sus escritos en el periódico Patria y sus cartas.
El líder de aquella contienda cayó a los tres meses de los alzamientos, justamente cuando estos se afianzaban con la llegada de los principales jefes militares y del incansable Delegado del Partido, el hombre que había logrado unir a las emigraciones con los patriotas de la Isla, cuyo entusiasmo y respeto constató durante las pocas semanas tras su llegada a la patria.
La grandeza del líder
Si su larga estancia en Nueva York condujo a Martí a convertirse en la cabeza de los patriotas cubanos y boricuas allí residentes, la fundación del Partido Revolucionario Cubano le extendió esa condición a todos los puntos de Estados Unidos, las Antillas y el continente donde había cubanos asentados.
También entre los patriotas firmes que dentro de Cuba aceptaron su llamado a la liberadora guerra necesaria para la república nueva, el equilibrio de América y el mundo, mediante el cierre del paso expansionista de Estados Unidos.
Aquel hombre de vida sencilla y honesta demostró con su denodado e incansable esfuerzo que en la unión se sustentaba la posibilidad de la patria libre.
Por eso, a pesar de su larga ausencia del país, tras su desembarco fue recibido con alegría, admiración y lealtad por quienes habían recibido sus cartas, leído sus escritos o escuchaban sus discursos.
La caída del líder
Símbolo y síntesis de la revolución contra el colonialismo, contra el naciente imperialismo estadounidense y en favor de una república con todos y para el bien de todos, y de una América Latina trabajando junta, la muerte de Martí en combate engrandeció su altura moral.
Aquel líder admirado por la intelectualidad hispanoamericana, querido por amigos y cuantos le trataban, respetado por todos, tras su caída en Dos Ríos se engrandeció para sus contemporáneos y así ha seguido para la aplastante mayoría de los cubanos.
Modelo y ejemplo ha sido desde entonces, por más que algunos desconozcan la hondura de su pensar y se insista a veces en no comprender que aquel mediodía del 19 de mayo Martí tenía que cumplir su deber.
Al combate no fue un loco, ni un suicida, sino el líder consciente de su responsabilidad.