Cuando el próximo 16 de noviembre los habaneros y los que no lo son les den las tradicionales tres vueltas al Templete, la frondosa ceiba que sin ser la misma señorea como aquella primera de su asentamiento, la ciudad estará de fiesta.

499 primaveras cumplirá la capital de Cuba y desde ya festejamos su nacimiento, con la ilusión, quizás, de que el viejo árbol allí plantado nos confiera la gracia de los deseos pedidos.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, la vieja villa de San Cristóbal de La Habana viajó de sur a norte entre zonas bajas e insanas hasta alcanzar puerto seguro en su tranquilo y saludable asentamiento de hoy.

Desde entonces, parece desandar los tiempos a la luz de cada cumpleaños.

Ciudad para no olvidar

Rodeada de impresionantes fortalezas españolas del llamado Nuevo Mundo, poblada por sólidos palacios de piedras y simbolizada por una Giraldilla tan emblemática como el Castillo de los Tres Reyes del Morro y su rutilante Malecón, la capital de todos los cubanos es una ciudad para no olvidar.

Encantadora y subyugante, la urbe capitalina, con sus más de 2 millones de habitantes, se recrea cada noviembre, cuando la ciudad nos regala toda su bullanguera, rumbosa y festiva inmortalidad.

Heroica, tenaz y admirable, la hermosa Habana nuestra, con sus símbolos citadinos y sus obras arquitectónicas más representativas, sus paisajes y su herencia colonial parece atrapar el tiempo con sus luces y colores, alentando el presente y el mañana de sus mejores hijos.

Utopía convertida en realidad

Hoy, La Habana, ese bastión de Cuba que rezume patriotismo en cada una de sus piedras, renace en su Centro Histórico, tanto en el ámbito constructivo como en la atinada proyección sociocultural de su obra.

Instituciones y espacios públicos se han incorporado a la fisonomía actual de la zona, resurgida entre bicentenarias paredes y mansiones que exhiben el esplendor de antaño.

Como bien ha proclamado Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, “el patrimonio no es para nosotros la herencia del pasado, sino el préstamo circunstancial que las generaciones venideras nos han hecho”.

Con esa idea y disposición de ánimo se hace realidad cada día el empeño del rescate. Así, plazas y arterias principales, castillos, palacios y barrios como el de San Isidro nos descubren hoy una nueva historia.