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La Habana, Cuba. – Este 11 de junio hizo 10 años que Teófilo Stevenson nos dejó sin su golpe más demoledor, con una muerte inesperada y de la que nunca nos repondremos los cubanos amantes del boxeo y del deporte.

La vida del tricampeón mundial y olímpico encerró mucho simbolismo para este pueblo, imposible de borrar por una razón muy sencilla: todos tenemos una cuota de Stevenson y viceversa.

Teo, como lo conocíamos, pasó de simple tunero que tiraba golpes en un ring a la cumbre más alta del deporte cubano. Y no precisamente por obra de la suerte. A la innegable fuerza en la pegada e inteligencia en las peleas, le acompañó siempre la renuncia a cualquier compra de su más auténtico trofeo: el cariño de su pueblo.

Su nombre abrió la senda triunfal de Cuba y de los países pequeños frente a los todopoderosos del boxeo profesional.

Eterno campeón

Pocos deportistas en el mundo pueden exhibir con orgullo las cualidades resumidas de su pueblo. Ese fue Teófilo Stevenson: rebelde, modesto, intransigente, fiel y capaz de enseñar al resto lo más auténtico de su humildad.

Por eso a una década de su muerte este 11 de junio, vino a la mente de muchos el abrazo con Nelson Mandela en su visita a Cuba después de medio siglo en prisión.

No olvidamos tampoco su amistad con Mohamed Alí, gran supercompleto del boxeo profesional estadounidense que renunció combatir en Vietnam cuando tal cosa parecía herejía.

Un torneo con su nombre, una peregrinación emotiva y decenas de anécdotas nos devuelven por estos días al Stevenson más auténtico. Ese que fue capaz de defender a la Revolución con puños de oro y sencillas palabras: Nunca cambiaría millones de dólares por los millones de cubanos que me quieren.