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Foto: Oscar Alfonso/ ACN

Padres hay que agasajan a sus hijos con ostentosos cumpleaños o costosos regalos injustificados, y no tienen en cuenta que el festejo o el obsequio, en lugar de celebrar una fecha fortuita, deben ponderar los méritos del menor.

Más que a la educación de los niños, tales obsequios y celebraciones satisfacen la vanidad de los progenitores, para quienes muchas veces el inicio del curso escolar transcurre como cualquier jornada.

Sin embargo, el día de iniciar la vida estudiantil o de regresar a las aulas, sí debe ser momento de mucha trascendencia para toda la familia: en ese instante crece la responsabilidad social del individuo, su papel en la sociedad se acentúa; el niño y la niña empiezan a comprender que todos esperan de ellos lo mejor.

Precisamente la incorporación a la escuela tiene ese propósito: mejorar a los individuos para el servicio de sí mismos y de la sociedad.

La alegría del saber

Agasajar al niño cuando inicia su vida estudiantil o regresa a las aulas, le da conciencia del sentido de pertenencia a una comunidad mayor y amplía la comprensión de sus deberes sociales, en virtud de los cuales debe esmerarse por su propio mejoramiento humano.

Cuando, por el contrario, la hora de levantarse para la escuela o de realizar las tareas escolares se convierte en momento de desavenencias, castigos y ofensas perdurables, el fracaso académico puede preverse desde los inicios.

Con ello, sobrevendrá la frustración individual, la incapacidad para sobreponerse a los obstáculos que la vida impone a cada sujeto, la nulidad intelectual y lo que ella conlleva.

De ahí que la alegría, el reconocimiento y el agasajo de los buenos resultados académicos acompañen desde las vísperas el recomienzo de la gran fiesta del saber en cada curso escolar.