La Habana, Cuba. – Cada época suele añorar el heroísmo de la precedente, la grandeza en que participaron aquellos que la antecedieron unos años apenas.

Así como José Martí evocaba con admiración a Céspedes, a Agramonte, a Mariana Grajales, a los patricios del 68, y luego la Generación del Centenario tuvo aliento en el propio Martí y en Villena y en Mella y en Guiteras y en Pablo de la Torriente Brau, los más jóvenes lamentarían después no haber combatido en la madrugada del 26 de Julio de 1953 junto a los elegidos.

La gloriosa muerte de los justos es siempre un reto que seduce desde la Historia, sobre todo cuando se ha crecido con la conciencia de que vivir en cadenas es vivir sumidos en afrenta y oprobio.

Cuando se tiene la comprobada certeza de que morir por la Patria es vivir.

La rebeldía necesaria

Si a aquellos asaltantes les correspondió la gloria de enfrentarse a la muerte, a los sobrevivientes del 59 nos tocó la tarea de refundar la vida.

Hay misiones que sólo puede realizar un grupo de avanzada para que pasen adelante los batallones que hacen posible la victoria. Sin un pueblo entero no habríamos vencido el analfabetismo y la insalubridad, y creado un ejército de hombres y mujeres de ciencia, y hecho viable la hazaña del internacionalismo, y dado cuerpo real al socialismo que es un sueño de justicia.

Miremos alrededor: aún hay Moncadas que derribar, escuelas que construir, enseñanzas que impartir, libertades que patrocinar.

No se cambia un mundo en medio siglo ni se levanta un país como una casa, ni la casa es hogar sólo con vivirla. Aún queda mucha revolución por andar para que no haya sido inútil la necesaria rebeldía del 26.