Fragmentos del libro “Cien Horas con Fidel”. Conversaciones con Ignacio Ramonet

Hablemos del asalto al Moncada. ¿Considera usted que, en definitiva, ese ataque fue un fracaso?

El Moncada pudo haber sido tomado, y si hubiéramos tomado el Moncada derrocamos a Batista, sin discusión alguna. Nos hubiéramos apoderado de algunos miles de armas. Sorpresa total, astucia y engaño al enemigo. Todos fuimos vestidos de sargentos, simulando el antecedente del golpe de Estado de los sargentos, dirigido precisamente por Batista, en el año 1933. Él no era el organizador principal, pero como tenía un poco más de preparación, era astuto y taquígrafo del Estado Mayor, se hace jefe del «golpe de los sargentos». Les hubiera llevado horas reponerse del caos y la confusión que se generaría en sus filas, dándonos tiempo para los pasos subsiguientes.

¿Usted considera que el plan del ataque era bueno?

Si fuera de nuevo a organizar un plan de cómo tomar el Moneada, lo haría exactamente igual, no modifico nada. Lo que falló allí fue debido únicamente a no poseer suficiente experiencia. Después la fuimos adquiriendo.


¿A qué hora salen ustedes de la granjita?

A las 4:45, aproximadamente.

¿Y a qué hora empieza el ataque?

A las 5:15 exacto atacamos, porque a esa hora los soldados tenían que estar durmiendo y debía ser antes de que se levantaran. Se necesitaba cierta cantidad de luz y, a la vez, hacerlo cuando todos los soldados estuvieran todavía dormidos.

¿Era de día ya?

Santiago está al Este del país, amanece alrededor de 20 minutos antes queen la capital. Ya había la claridad suficiente para poder atacar. Todo eso estaba calculado.De no ser así no podía intentarse tal acción. La tarea no era nada fácil con hombres que, aunque entrenados por pequeños grupos, nunca habían actuado juntos todos, buscar todos los pedazos, armar el rompecabezas y darle a cada uno su misión.

El ataque empieza a las 5:15. ¿Cómo se lleva a cabo?

En aquella operación yo tenía 120 hombres, como le dije, menos aquellos estudiantes que se arrepienten, y unos 6 autos. En cada carro íbamos por lo menos ocho. Con uno que se quedó y con otro carro que se descompone, tengo dos carros menos. Pero sigo, va delante el primer carro, el que va a tomar la posta de los centinelas de la entrada. Yo voy en el segundo, a una distancia de 100 metros, por la carretera aquella de Siboney a Santiago: estaba amaneciendo, y nosotros pensando en la sorpresa total antes de la hora en que debían levantarse los soldados. Era julio; el sol sale más temprano por allá en Oriente. Así que ya nosotros llegamos de día. Hubo que atravesar un puente estrechito ya Entrando en la ciudad, en fila, uno por uno, cada carro, eso nos retrasó algo.

Varios cientos de metros más adelante, tal vez mil, habría que medirlo con precisión, el primer carro que avanza por la venida Garzón, que conduce hacia las proximidades del cuartel, varias manzanas más adelante, dobla a la derecha, doblo yo, doblan otros carros; pero el carro en el que venían los que habían decidido no participar en el ataque en su nerviosismo se había metido por el medio, se había adelantado a otros carros, y algunos de estos —que llevaban armas eficaces—, en vez de doblar, siguen erróneamente detrás de ellos.

Después se dieron cuenta, y vuelven. Naturalmente, yo no podía percatarme de este incidente que supe después.

Me aproximo al cuartel con 20 ó 30 hombres menos. Claro, cuento, además, con aquellos que envié al edificio que está detrás del objetivo, por lo menos 20 hombres. Están, además, los que salieron unos minutos antes para ocupar la Audiencia. Era fuerte el grupo que me seguía, porque la idea era tomar el Estado Mayor y penetrar en las barracas.

Va delante la gente de Ramirito Valdés, Jesús Montané, Renato Guitart y otros. Montané se había ofrecido para ir voluntario, en la misión de tomar la entrada. El carro de ellos va adelante de mí, y yo voy como a 80 metros, el tiempo que ellos tardarían en dominar los centinelas de la entrada del cuartel y sacar las cadenas que impedían el paso de los carros hacia el interior de la instalación militar.

Ya ese primer carro, en la distancia correspondiente, se atrasa un poquito, se detiene al llegar al objetivo, bajándose los hombres para arrestar a los centinelas y quitarles las armas. Es entonces cuando veo, más o menos a 20 metros delante de mi carro, a una patrulla de dos soldados con ametralladoras Thompson, que venían para acá, por la acera de la izquierda, desde el cuartel hacia la avenida por la cual veníamos y de donde doblamos para tomar la calle que nos condujo directamente hacia la entrada del cuartel. Ellos se dan cuenta de que pasa algo ahí en la posta de los centinelas, y están como en posición de disparar sobre el grupo de Ramirito y Montané, que habían desarmado a la posta, o así me pareció.

En una fracción de segundo dos ideas me pasan por la mente: una muy correcta y otra nada correcta, y no debí haber intentado ninguna de las dos. Porque cuando veo que los soldados se viran hacia la entrada con sus dos ametralladoras, dándome la espalda, aminoro la velocidad del carro y me acerco para capturarlos. Yo voy manejando, llevaba la escopeta aquí [señala a la izquierda], una pistola aquí [señala al lado derecho de la cintura) y, además, conduciendo; entonces me les acerco buscando dos cosas: una, evitar que dispararan a la gente de Ramirito, Montané y Renato, es decir, el grupo que toma la entrada, y dieran la alarma, y otra, ocupar las dos ametralladoras Thompson.

Había otra forma de acción, que después comprendí perfectamente cuando tuve un poco más de lectura y conocimientos: lo que debí hacer fue olvidarlos y seguir. Si esos dos soldados veían otro carro y otro carro y otro carro, no disparaban. Pero lo cierto es que trato de proteger directamente a los compañeros, me les acerco, y ya me voy a bajar para sorprenderlos y capturarlos de espalda, pero en el momento en que estoy acercándome —estaría como a dos metros ya— ellos se percatan, ven mi carro, se viran y apuntan con sus armas Entonces lo que hago, porque el carro todavía estaba en movimiento, es que se lo lanzo sobre la acera, arriba de los dos. Yo estaba ya hasta con la puerta abierta para bajarme, pistola en la mano derecha.

¿Qué ocurre? La gente que está conmigo se baja. El personal de los carros que vienen detrás hacen lo mismo.

Ellos creen que están dentro del cuartel. Su misión es tomar las estaciones qué tuviesen enfrente y empujar a los soldados hacia un patio, en calzoncillos porque iban a estar durmiendo, no había problemas; descalzos, en calzoncillos y sin armas, los haríamos prisioneros.

Mientras tanto, el Palacio de Justicia lo toma el grupo dos. Abel, con 20 hombres, las dos mujeres y el médico, ya había tomado la parte que mira hacia el cuartel del hospital civil «Saturnino Lora». Él era el segundo jefe, y estaba en el lugar de menos peligro porque era el sustituto. En caso de que yo cayera, debía asumir la dirección del Movimiento.

Como le digo, nosotros íbamos a empujar a los soldados a un patio, y Abel y el otro grupo iban a dominar todo porque estaban más altos; el hospital dominaba el patio y el Palacio de Justicia lo dominaba también, y el club de oficiales. Iban a estar dominados.

¿Qué es lo que no funciona entonces?

¿Dónde está la desgracia? En esa posta cosaca, esa patrulla de soldados con la cual no se contaba. Parece que los carnavales originaron esa medida que no conocíamos. No calculamos que, con motivo de que había tanta gente en la ciudad, fiestas y bastante bullicio, pusieron una posta cosaca que iba desde el lugar donde estaba la entrada hacia la avenida por donde nosotros doblamos en dirección a la entrada del cuartel Moncada, y esa patrulla volvía, y da la casualidad…

Ya Ramirito, Montané y los otros han tomado la posta de los centinelas, cuando llegan esos dos hombres con ametralladoras, que están de espaldas, están a punto de disparar allí, porque ven algo raro. Llega el segundo carro, que era el mío, cuya misión, como ya señalé, era ocupar el Estado Mayor, se me ocurre esa doble intención, una justificada: evitar que les tiraran a ellos, que estaban como a 80 metros, porque el carro que me precedía, el de Ramirito, iba como a 100 metros delante, tuvieron tiempo para bajarse, desarmar a los centinelas y cumplir su misión.

La situación es que los que van en los demás carros detrás de mí, al ocurrir el incidente se bajan, uno de los que va conmigo, al bajarse por la derecha hace un disparo, y todos los que van detrás de mi carro se bajan a cumplir la instrucción asignada la madrugada de ese día en Siboney. Entonces el tiroteo se generaliza. Fue muy duro. Habíamos logrado la sorpresa total. Tres minutos después el puesto de mando y los principales puntos de la instalación habrían estado ennuestras manos. Habría podido lograrse aun con la mitad de los 90 hombres que partieron conmigo de Siboney. Lo creo firmemente cincuenta años después dé los hechos.

¿Al primer disparo tenían que salir?

No, ese disparo es accidental, parece que como resultado de ver a los soldados con ametralladoras allí delante…. Era nada menos que el hospital militar y penetran en él confundiéndolo con el objetivo que debían ocupar. Cuando suena el primer disparo, y otro y otro, el grupo de Ramirito y Montané ya han tomado la posta, han quitado la cadena, entran en una de las barracas. Van hacia el depósito de armas. Cuando llegan, se encuentran con la banda de música del Ejército durmiendo allí. Parece que las armas las habían retirado en el cuartel maestre en ese momento, y ya la confusión…

Los de Abel toman el edificio que debían ocupar. Abel conocía bien el plan. El grupo en el que va Raúl ya ha tomado el Palacio de Justicia.


El problema es que el combate que tiene que darse dentro del cuartel, se produce fuera del cuartel. Y en la confusión, unos toman un edificio que no era. Al bajarse de los carros la patrulla cosaca ha desaparecido.

Alguien de los nuestros hace un disparo ensordecedor a pocas pulgadas de mi oído derecho. Estaba dirigido a alguien que abrió una ventana del edificio que teníamos delante, de aspecto militar. Entro de inmediato en el hospital para sacar al personal que equivocadamente ha penetrado en él.

¿Un edificio que no era un objetivo de ustedes?

No. Se toma por error. Saco a todos los compañeros que estaban en la parte de abajo. Logro hacerlo con bastante rapidez, Casi puedo organizar de nuevo la caravana con seis o siete autos, porque, a pesar de todo, la posta de los centinelas de la entrada estaba tomada.

Pero ya todos están disparando.


El combate se libra fuera del cuartel, la enorme y decisiva ventaja de la sorpresa se había perdido. Entro, como dije, en el edificio del hospital, logro sacar y montar otra vez un número reducido de compañeros en varios carros; cuando de repente un carro que viene de atrás nos pasa veloz por el lado, se acerca a la entrada del cuartel y choca con mi propio carro. Así como le cuento. Uno, por su propia iniciativa, en medio del tiroteo creciente, se adelanta, retrocede y choca con fuerza el carro mío. Entonces me bajo… No había manera. La gente en aquellas adversas e inesperadas circunstancias mostraba notable tenacidad y valentía. Se produjeron heroicas iniciativas individuales, pero ya no había forma de encontrar una solución a la situación creada. El combate andando y, bueno, una desorganización tremenda…

Hemos perdido el contacto con el grupo del carro que tomó a posta. Los de Abel y Raúl, con los cuales no tenemos comunicación, solo pueden guiarse por el ruido de los disparos, ya decreciente por nuestra parte, mientras el enemigo, recuperado de la sorpresa y organizado, defendía sus posiciones. Junto a un compañero llamado Gildo Fleitas, ya hablé de él, quien con gran serenidad estaba de pie en la esquina de un edificio próximo al punto donde chocamos con la patrulla cosaca, observaba la desesperada situación, comprendía perfectamente casi desde los primeros momentos que no había ya posibilidad alguna de alcanzar el objetivo.

Tú puedes tomar un cuartel con un puñado de hombres si su guarnición está dormida, pero un cuartel con más de mil soldados, despiertos y fuertemente armados, no era ya posible. Más que los disparos, recuerdo el ensordecedor y amargo ruido de las señales de alarma que dieron al traste con nuestro plan.

Eso es ya misión imposible.

Se podía haber tomado. Si fuera a hacer un plan de nuevo lo haría exactamente igual. Ahora, una sola cosa habría sido el cambio…. La protección de los compañeros en peligro era la idea principal. Si el carro mío pasa sin detenerse y después otro y después otro y otro, aquellos guardias se paralizan y no disparan. La forma de que no dispararan contra la gente de Ramirito, Montané y demás compañeros era ver pasar otro carro, y otro y otro, y otro y la sorpresa de que llegamos nosotros. Les tomamos el cuartel pero muertos de risa. Si uno se baja vestido de sargento, con un arma en la mano y exclama: «¡Abajo todo el mundo!», «¡Al suelo todo el mundo!», se toma el puesto de mando. Abel y los otros ya habrían ocupado sus objetivos y habrían dominado los patios traseros de las barracas. Ese era el plan realmente.

¿Cuándo decide usted ordenar el repliegue?

El tiroteo continuaba fuertemente. Ya expliqué, con bastante detalle, lo ocurrido. Pero recordándolo todo francamente y con absoluta objetividad, pienso que no habían transcurrido más de 30 minutos y tal vez menos cuando me resigné a la realidad de que el objetivo era ya imposible. Yo conocía más que nadie todos los detalles y elementos de juicio. Había concebido y elaborado con todos sus detalles el plan.

Llega un momento en que ya comienzo a dar órdenes de retirada. ¿Qué hago? Me paro en el medio de la calle, tengo mi escopeta calibre 12, y en el techo de uno de los edificios del cuartel hay una ametralladora pesada calibre 50 que podía barrer la calle, porque apuntaba directamente a ese punto.

Un hombre trataba de manipularla, estaba allí solo, parecía un monito con sus rápidos movimientos para utilizar el arma y disparar. Tuve que encargarme de él, mientras los hombres tomaban los carros y se retiraban. Cada vez que intentaba posesionarse del arma le disparaba.

Ya no se ve a nadie, ni un solo combatiente se ve, viene el último carro me monto, y después de estar dentro, a la derecha de la parte trasera, aparece un hombre de los nuestros allí, uno que ha llegado allí y que se va a quedar a pie. Entonces, me bajo y le doy mi puesto. Y le ordeno al carro que se retire.

Y me quedé allí, en el medio de la calle, solo, solo, solo. Ocurren cosas inverosímiles en tales circunstancias.

Allí estaba solo, en la calle, frente a la entrada del cuartel, es de suponer que en ese momento era absolutamente indiferente ante la muerte… A mí me rescata un automóvil al final. No sé cómo ni por qué, un carro viene en mi dirección, llega hasta donde estoy, y me recoge.

Era un muchacho de Artemisa, que manejando un carro con varios compañeros entra donde yo estoy, y me rescata. No pude después, no me dio tiempo, preguntarle todos los detalles. Yo quise siempre conversar con ese hombre para saber cómo se metió en el infierno de la balacera que había allí. Pero como en otras muchas cosas, usted cree que tiene cien años para hacerlo,.. Y ese hombre desgraciadamente murió hace más de diez años.

¿Era del grupo de ustedes?

Sí, uno de los nuestros. Santana se llamaba, parece que él se percata de que yo me he quedado atrás y se acerca a buscarme.

Era uno de los que ya había salido y parece que en un momento determinado se percató y viró para atrás para buscarme. Por ahí debe haber cosas escritas o testimonios sobre aquel episodio.

Yo estaba sólito allí, lo que tenía era mi calibre 12, no sé qué guerra habría librado, o cuál sería el fin…

Bueno, tal vez yo habría tratado de retirarme por alguna callejuela, digo yo.


En esas circunstancias la gente actúa casi por iniciativa propia. Este Santana que me viene después a buscar lo ha hecho con seguridad por iniciativa propia. Entra, viene y me recoge. Él me monta. El carro lleno, le digo: «Vamos para El Caney.» Pero hay varios carros esperando en la avenida, a los que trasmitimos la instrucción. Uno que va delante no sabe dónde está El Caney y en vez de seguir recto hacia El Caney gira hacia la derecha en dirección a Siboney. Eran tres o cuatro carros, el que me recogió era el segundo o tercero de la pequeña caravana.

Yo conocía bien El Caney, que era un lugar donde hubo un combate importante al finalizar la segunda guerra de independencia en 1898. Había un cuartel allí relativamente pequeño. Mi idea era llegar por sorpresa y tomarlo, yo pensaba tomar aquello para apoyar a los de Bayamo. Yo no sabía lo que estaba pasando en Bayamo. Doy por supuesto que ellos han tomado aquel cuartel. Y era para mí en ese instante la preocupación principal. Pero ya nuestra gente ha sufrido un duro golpe y es difícil llevarla de nuevo a la acción.

¿Qué hicieron los demás grupos?

Del grupo que iba conmigo, al retirarnos no se ve a nadie más por ninguna parte. Después supimos que algunos, como Pedro Miret, se habían parapetado en algún punto y no se sabía ni había contacto con ellos.

El grupo que toma el edificio del Palacio de Justicia se percata de lo que ha ocurrido y el jefe baja con su patrullita, en la cual estaba Raúl. A la salida hay un sargento con varios hombres que los conmina a rendirse.

El jefe del grupo entrega las armas y Raúl, que era soldado de fila, y los demás también las entregan; pero es en ese instante cuando Raúl salva a esta gente y se salva él. Actuó rápido, con mucha velocidad: ve que el sargento aquel anda con una pistola, temblando, entonces le arranca la pistola y hace prisioneros a los que los tenían prisioneros a ellos; y después se retiran. Estaban prisioneros y han capturado a los que los tenían prisioneros; de lo contrario, les habría pasado lo que a todos los demás: tortura, y ejecución… Ellos, al retirarse, buscan por dónde llegar, cambiarse, moverse y después se dispersan.

¿Ustedes habían previsto eso?

No, nosotros no habíamos previsto aquello.

¿No habían previsto algo para una eventual retirada?

No, qué demonios vamos a prever algo. ¿Cómo se puede prever la retirada en una operación como aquélla?

Pero si algo fracasaba, ¿no habían previsto una solución de retirada?

No, no. En un tipo de operación concebida como ya le expliqué, ¿cómo te vas retirar si estás dentro del cuartel y no logras dominar la guarnición? Ellos tienen postas por todas las entradas o salidas posibles, ¿por dónde te vas a retirar?

Se había logrado lo esencial, que era la sorpresa total hasta el choque imprevisible y casual con la posta cosaca, y uno se lamenta mucho de no saber lo que habría pasado; no tengo la menor duda de que los militares allí caen prisioneros completos y en cuestión de  minutos, así, como le digo. La confusión en sus filas habría sido terrible, los uniformes contribuirían a la terrible confusión.

¿Los de Abel, al ver todo esto, tratan de huir?

No, se quedan allí como esperando, porque la gente del hospital trató de protegerlos. Todos los del hospital los apoyan, los disfrazan y tratan de protegerlos, cuando se hace evidente para ellos el fracaso y seguramente nos creían a todos muertos. Yo estaba tranquilo con relación a ellos, pues Abel conocía con toda precisión el plan. Mi preocupación instantánea cuando el carro llega a rescatarme fue cómo apoyar a la fuerza que atacó el cuartel de Bayamo.


¿Cuántas bajas tuvieron ustedes?

Hubo cinco muertos en combate y otros 56 que fueron asesinados. Los cinco muertos en combate son Gildo Fleitas, Flores Betancourt, Carmelo Noa, Renato Guitart y Pedro Marrero. Fueron casi todos los que venían en el primer carro, los que se pusieron en la esquina aquella, y que tomaron la posta de la entrada. Bueno, Gildo no, porque Gildo estaba conmigo fuera mientras intentábamos poner de nuevo en marcha un grupo de carros para penetrar en el cuartel.

Estaría usted tremendamente abatido por esa situación.

En aquel momento sufrí un dolor terrible por lo que había pasado. Pero estaba dispuesto a proseguir la lucha.

Digo: «Aquellos, en Bayamo, se van a quedar solos», en el supuesto de que hayan tomado el cuartel.

Entonces, como le dije, mi idea era ir en dirección del cuartel de El Caney para atacarlo, en apoyo de los de Bayamo, para crear una situación de combate en la zona de Santiago de Cuba.

Sí, mi idea era tomar por una avenida que conduce directo a la carretera de El Caney, y éramos alrededor de 20 hombres. Pero el carro que va delante, le dije, se equivoca, toma en dirección de regreso por la carretera de Siboney, y ya no había manera de atajar al primero y hacer la operación de El Caney antes de que se dieran cuenta. Ya yo ahí no voy manejando, a mí me ha recogido otro carro.

¿Seguían ustedes con los uniformes?

Sí, con los uniformes.

¿Y con las armas?

Con las armas, todas, hasta el último minuto, hasta varios días después de esa historia,

¿Usted regresa a la Granjita?

Sí, volvimos a la Granjita Siboney para reorganizarnos después del ataque, Otros varios carros habían regresado y allí e encuentro de todo: los que quieren seguir y otros que se están quitando la ropa. Los que iban guardando armas, la gente que no podía, gente herida, gente que no podía caminar… Una situación de desmoralización.

Yo llego allí y lo que hago es convencer a un grupo, y me voy con 19 hombres hacia las montañas. Ya no pude darle apoyo a la gente de Bayamo. No me iba a entregar, ni a rendir, ni nada parecido, no tenía ni sentido, no ya porque te fueran a matar sino porque la idea de rendirse no cabía dentro de nuestra concepción.