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La Habana, Cuba. – Cercanos al día del amor y la amistad no podemos obviar a uno de esos seres humanos que han enriquecido la humanidad.

Evocar a José Martí, ese americano universal tan nuestro, es recordar a “un hombre de gran corazón que necesitaba un rincón donde querer y ser querido”, según definición de alguien que lo conoció bien y al que le unió gran amistad: el mexicano Manuel Mercado.

Su existencia fue un ir y venir sin reposo, una vida que le enturbiaba el ánimo a veces, pero nunca las ansias de amor.

Martí necesitaba amar y ser amado. Ese sentimiento lo percibimos en sus textos tan personales y ardorosos, en su batallar por la patria oprimida, en el goce que le proporcionaba unos ojos de mujer, la sonrisa ingenua de un niño o el azul sereno del cielo. Mas, la libertad de Cuba le llenó de desvelos el corazón.

La mujer en su admiración

El amor, la ternura y el respeto que sentía Martí por la mujer trasciende en toda su obra. En su corta, pero fructífera existencia, dejó múltiples ejemplos de que la lucha y sus ideales revolucionarios no estaban reñidos con su visión de la vida, el amor y la mujer.

Con verbo y pluma defendió Martí el derecho de los hombres y mujeres a la igualdad social.

Una idea está presente en su Decálogo a los pequeños lectores de La Edad de Oro: “Las niñas deben saber lo mismo que los niños, para poder hablar con ellos como amigos cuando vayan creciendo”.

La admiración de Martí hacia el bello sexo la volcó en su madre y hermanas, en la hermosa Blanca Montalvo (la joven que dejó en Aragón, cumplido su destierro en España), en La niña de Guatemala y en la camagüeyana Carmen Zayas Bazán, su esposa.

Entre gozos y deberes

Mucho amó Martí, especialmente a su eterna amada, Cuba. “Dolor de patria ese dolor se nombra/ Cuerpo soy yo que mi orfandad paseo/ Reflejo, cárcel, vestidura, sombra/ de un alma esquiva fatigado arreo”. Versos como este fragmento de una composición suya aparecida en la revista Universal de México, lo demuestra.

Y en los relatos, testimonios o evocaciones de muchos de los que tuvieron la enorme suerte de estrechar su mano franca o darle un abrazo de hermano, se reconoce cuanto de admirable había en él.

Sin olvidar que fue un hombre que sufrió contradicciones y reveses, su generosidad y finísima cortesía, tanto como la amistad y el agradecimiento eran sus deberes y sus gozos.

Así vivió y amó aquel hombre todo sentimiento, predestinado por la historia a desposarse con la Patria.

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