Rayuela: una joya de la literatura. Foto: cubadebate.cu

Rayuela: una joya de la literatura. Foto: cubadebate.cu

(…) “Desde pequeño, mi relación con las palabras, con la escritura, no se diferencia de mi relación con el mundo en general. Yo parezco haber nacido para no aceptar las cosas tal como me son dadas” Julio Cortázar

He conocido gran parte del mundo. He conocido muchos mundos. Los libros no tienen fronteras. Allí, donde mis pies no me llevan, estoy. La imaginación, la vida, los sueños, las desilusiones, el dolor y el amor que otros han experimentado y regalan a quienes no tenemos el don de dar vida a nuestros pensamientos, abren un horizonte cada vez más infinito, para que uno se adentre hasta donde pueda, hasta donde desee y como lo desee.

El placer de la lectura lo descubrí tarde. No recuerdo a que edad, pero ahora pienso que fue demasiado tarde. Mi primer libro: Corazón, de Edmondo De Amicis. Mi mamá me lo compró. Un día comencé a leerlo y no podía parar. El televisor quedó a un lado y las noches se hicieron más largas. Todavía conservo la imagen de mis lágrimas cuando la madre de un niño falleció. ¡Qué tristeza! Pero me gustó esa sensación de que todo estaba dentro de mí, de que alguien contaba una historia, describía personajes y ciudades; pero yo les ponía colores, los hacía reales, los odiaba o las amaba.

Si el primero fue Corazón, un lector algo entrenado se imaginará cual fue el segundo. Yo también confundí la serpiente con un sombrero. Sentí vergüenza después, pero así fue. Y por supuesto, la maravillosa frase la aprendí al instante, aunque en aquel momento no comprendía bien su significado, y cada vez que puedo la utilizo: “solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos”.

De ahí en adelante perdí la cuenta porque leer ya no era casualidad sino una especie de plan que no podía romperse. Al placer se unió la necesidad de saber y la aparición de algunos nombres que “las personas mayores” calificaban de imprescindibles en la literatura y que en las clases de español eran mencionados como clásicos o paradigmáticos por tanto, todo el mundo debía conocerlos.

Creo que Cien años de soledad no podrán borrar las memorias de la primera vez (de un total de 4) que leí la obra cumbre de Gabo. Y lo confieso, también con vergüenza, no entendí nada. No le encontraba pies ni cabeza a la historia de la familia Buendía. Pero estaba atrapada en Macondo.

Esas primeras líneas son, para mí, la cúspide del arte de escribir.: “muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo (…)

Con Dante conocí el infierno y por un buen tiempo, me dio miedo “caer” ahí. También con él visité el cielo y por supuesto, para allá quise ir. Prefiero el mundo de J. R. R. Tolkien al de J. K. Rowling y no hay nada de Oscar Wilde que no me guste. De Galeano no puedo hablar porque en su obra encuentro todo lo que quiero, además me enseñó a querer a América Latina y a entender el por qué de sus venas abiertas.

No obstante, si existe alguna definición de “buen” o “mal” lector yo estaría en la segunda. Se me olvida lo que he leído, fijo pocos nombres, escenas o personajes. A veces olvido hasta los autores, y, peor aún, cuando de leer se trata, para mí todo es subjetivo. Este libro no sirve o este autor no sirve son frases que prefiero obviar. Elijo mejor: este libro no me gustó, este autor no me gustó o no era el momento para esta lectura. Y, tal vez mi más grande deficiencia: no tengo escritor predilecto.

Hoy, algo ocurre, que la gente lee poco. Los jóvenes prefieren (o más bien dicho) dedican su tiempo libre a las series, los videos juegos y dejan de lado la lectura. Muchos adultos, por su parte, optan por las telenovelas o los shows de participación. Ni siquiera los nuevos dispositivos (tabletas, e-books), que hacen más sencillo adquirir los «libros clásicos” equilibran un poco la balanza.

Cada vez se escucha con más frecuencia que leer es aburrido ¿será otro de los “fenómenos” provocados por el desarrollo tecnológico? ¿Es una tendencia que ocurre a nivel mundial? o ¿será que cómo sociedad no hemos creado los mecanismos suficientes y más eficaces para despertar el interés, sobre todo de las nuevas generaciones, hacia la lectura? Hay quien tiene la suerte de descubrir los libros, pero otros, tal como me ocurrió a mí, necesitan que los guíen hacia ellos. Al fin y al cabo, la lectura es el camino más seguro hacia el conocimiento, que representa las puertas de la libertad y abre la posibilidad para escoger.

 

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