La Habana, Cuba.- En medio de la brega beisbolera e inmerso en habituales y a veces estériles reflexiones, sacude la tristeza. Invade lo que algunos sicólogos de frustraciones llaman la congoja del inconforme apasionado, para quien a veces ganar equivale a perder; aturdido entusiasta que se ha impuesto la obligación de triunfar siempre.

Ese fiel inconforme, que cuando tiene el ramo de la razón entre las manos, olfatea sus coqueteos y felizmente cansado e impaciente, piensa ya en el próximo reto, en la necesidad de volver a probar su osadía y criterios; en la duda de empezar a fallar, para en el futuro tal vez acertar.

Entonces contempla ese manual que lo gobierna y desgastado por el esfuerzo comprende que su ansiedad necesita perpetuarse, por el bien de esa bella racionalidad beisbolera que enamora.

Parto y castigo

Sostener un romance con los cauces del béisbol actual podría resultar para muchos cuerdos, suicida, angustioso y provocador. No así para el necesario inconforme, que ante la arrogante complejidad de destinos temporales, que intentan anestesiar su curiosidad, se resuelve más versátil, capaz de acogerse y alimentarse de todo lo nuevo y desconocido.

Armado con el pico y la pala de la razón, el eterno inconforme beisbolero, debe adentrarse en la roca oscura, esa que antes no se ha explorado, y donde podría hallarse nobleza y radiantes maravillas. Internarse en el inconformismo beisbolero no es un pasatiempo, su vorágine, plagada de precipicios de vértigo e ilusión, conduce a una parcela de feliz perseverancia.

Un castigo para el cuerpo y la mente de algunos cuerdos, un parto feliz para en los que en su interior late el inconforme necesario.