La Habana, Cuba. – Según el criterio autorizado de Alejo Carpentier, desde los tiempos de la Mateodora, el son era conocido como género de canción bailable, pero desde el siglo XVI aludía a formas imprecisas de música popular.

Fue en el siglo XX cuando se consolidó su estructura rítmica y melódica, para conformar una auténtica creación nacional, porque el son no solo tomó de ese crisol donde se fundió el metal de la cultura cubana, sino que fue capaz de aportar temperatura y sustancia a la mezcla.

Otra particularidad destacada por Carpentier es que en cuanto a expresión puramente lírica, el son crea con sus letras un estilo de poesía popular, tan genuinamente criollo como pueden serlo las décimas campesinas. Todo lo cual desemboca en una fusión rítmica y literaria, con doble fuente para el disfrute, y a la vez se constituye en crónica de pasajes nada despreciables del alma de los cubanos.

Para el alma divertir

Proclamar el 8 de mayo como Día del Son Cubano en homenaje a dos grandes migueles que prestigiaron con su quehacer artístico la música popular, Matamoros y Cuní, es un acto de justicia que nos regalamos nosotros mismos, y la confirmación a la pregunta: ¿de dónde son los cantantes? Son de la loma y cantan en llano.

Un arco que abraza a Cuba de punta a punta, de Oriente a Occidente, y donde los cubanos nos reconocemos en cuerpo y alma.

Parafraseando al poeta, periodista, investigador, crítico y promotor, Bladimir Zamora, quien pensaba que si un absurdo natural hiciera que el suelo de la isla se hundiera de momento bajo las aguas antillanas, bastaría con que los cubanos entonáramos a coro cualquier son, pongamos por caso de Beny Moré, Adalberto Álvarez o Juan Formell, para ver resurgir a Cuba intacta por encima del mar.