La Habana, Cuba. – Hoy comentaré acerca de un libro necesario, una historia novelada que nos toca muy de cerca a todos los americanos, en el sentido estricto de la palabra, está dedicado a un personaje controversial, del que se conoce poco, pero a quien le debemos el nombre del continente en que vivimos. Me refiero a la novela Américo Vespucio de Stefan Zweig, escrita poco antes de su muerte.
El escritor, biógrafo y activista social austríaco Stefan Zweig, nace en Viena, en aquella época capital del Imperio Austrohúngaro, hoy de Austria, el 28 de noviembre de 1881 y se suicida en Petrópolis, Brasil; el 22 de febrero de 1942. Se opuso a la intervención de Alemania en la Primera Guerra Mundial y gozó de gran popularidad entre las décadas de 1920 y 1930. Escribió novelas, relatos y biografías. Son muy conocidas las de María Estuardo, María Antonieta, Magallanes y Fouché. Obras donde integra la biografía y la novela histórica, de ahí el gran éxito que siempre ha tenido. Muchos de sus textos han sido publicados en Cuba.
Este volumen, Américo Vespucio, es de esos que se leen de un tirón, gracias a la maestría de su autor. El libro está dedicado a un personaje muy singular y poco conocido, el comerciante, explorador y cosmógrafo florentino Américo Vespucio, que nace en Florencia, el 9 de marzo de 1454 y muere en Sevilla, 22 de febrero de 1512. Vespucio participó en al menos dos viajes de exploración a América. Su fama universal se debe a dos obras publicadas bajo su nombre entre 1503 y 1505: el Mundus Novus y la Carta a Soderini, que le atribuyen un papel protagónico en el descubrimiento de América y su identificación como un nuevo continente. Por esa razón el cartógrafo Martín Waldseemüller en su mapa Universalis Cosmographia de 1507 acuñó el nombre de “América” en su honor como designación para el Nuevo Mundo.
El mérito histórico de Américo es sostener que la tierra recién descubierta, Novus Mundus, no formaba parte de Asia, sino que era Quarta Pars Mundo, una nueva parte del mundo, cuando Colón juraba que Cuba es China y Haití es Japón.
¿En honor a que hombre lleva América este nombre? Muchos estudiantes responderán sin vacilar: en honor a Américo Vespucio. Pero una segunda pregunta suscitará aun en los mayores, cierta perplejidad. ¿Por qué se bautizó ese territorio precisamente con el nombre de Américo Vespucio? ¿Acaso Vespucio lo descubrió? No, no fue él quien lo hizo. ¿O acaso fue el primero en pisar no ya las islas aledañas sino la verdadera tierra firme? Tampoco es esa la razón, pues no fue Vespucio, sino Colón y Sebastián Caboto quienes tuvieron ese privilegio. ¿Fue entonces, tal vez porque afirmó falsamente que habría sido el primero en tocar tierra aquí? Vespucio jamás invocó semejante privilegio ante instancia alguna. ¿O es que acaso, impulsado por su vanidad, propuso como hombre de ciencia y cartógrafo su propio nombre para denominar al nuevo continente? No, tampoco hizo eso nunca, y es probable que en toda su vida jamás se haya enterado de esa denominación. Pero, si no fue ninguna de las cosas enumeradas, ¿por qué recayó justamente en él la distinción que conserva su nombre esta tierra? ¿cómo se explica entonces que América no se llame Colombia sino América? Las respuestas a eso las encontrará en este libro.
Em los últimos párrafos del libro Zweig nos dice “Su nombre ya no puede ser borrado del libro más glorioso de la humanidad y su intervención en la historia de los descubrimientos de nuestro mundo, encuentra tal vez su más acertada contraparte en la paradoja de que Colón descubrió América pero no lo reconoció, mientras que Vespucio no la descubrió pero la reconoció el primero como un continente nuevo (Novus Mundus). Este solo mérito queda involucrado en su vida, en su nombre. Porque nunca es la acción sola la que decide sino, únicamente su entendimiento y efecto.”
Zweig tuvo el talento de convertir un tema árido, relegado a los gabinetes de historia, en un argumento apasionado, palpitante de interés y de misterio. En otras palabras: supo humanizar a un personaje desmenuzado por los estudiosos. El Américo acorralado por los eruditos, hecho irreal por tantas críticas y negaciones, es ahora un Américo humano que se pasea enigmático con sus secretos.