La Habana, Cuba. – Siempre que llega la fecha, le vuelven los recuerdos de aquel día, como otro cualquiera, en un aula de quinto grado de la escuela Fructuoso Rodríguez, entonces primaria, recibiendo clases de Español.

De pronto, la directora del centro convocó a maestros y alumnos a salir al patio en silencio para escuchar las palabras del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz. Con apenas 10 años próximos a cumplir, la niña comprendió que algo terrible había sucedido.

A medida que hablaba el líder de la Revolución, a quienes todos los niños querían, los rostros de maestras y auxiliares se contraían mientras algunas lágrimas no pudieron esconderse.

Agentes de la CIA habían saboteado a un avión de cubana en pleno vuelo, donde viajaban 24 jóvenes esgrimistas que acababan de alcanzar todas las preseas doradas en el Campeonato Cetroamericano y del Caribe celebrado en Venezuela.

Dolor ante la impunidad

A la niña de esta historia el atroz sabotaje le afectó al escuchar de su hermano, que practicaba natación en el parque Camilo Cienfuegos, del Vedado, que muchos de los que perecieron eran jóvenes que ejercitaban la esgrima en el tabloncillo de aquel lugar.

Abrumados estaban los padres de la niña al pensar en aquellos rostros tan familiares de prácticas diarias, y que uno de ellos pudo ser su hijo.

Jóvenes deportistas del vecindario los lloraron, como los lloró y aún llora el pueblo de Cuba al recordar el abominable sabotaje que segó la vida de 73 personas.

Cuarenta y cinco años han pasado desde aquel 6 de octubre y la indignación y el dolor perduran en esta redactora, más por el hecho de quedar impune ese acto terrorista al ser liberados sus autores materiales e intelectuales, a pesar de irrefutables pruebas presentadas por varios países, Cuba en primer lugar.