La Habana, Cuba. – Ciento diecisiete años hace que dejó de latir el corazón del Generalísimo Máximo Gómez Báez en La Habana. Su funeral conmovió a los cubanos de vergüenza y honor, y aun a aquellos latinoamericanos que conocían de sus hazañas en tierra cubana.

De acuerdo con diarios de la época se le rindió honores militares y hubo duelo nacional. Pedro Henríquez Ureña, dominicano y testigo excepcional, escribió: Cada media hora, durante tres días, disparaba el cañón de la fortaleza de La Cabaña; y cada hora tañían las campanas de los templos.

Al sepelio de Máximo Gómez lo acompañó una multitud tal de pueblo que marcó un antes y un después. Una gran infección en su mano derecha contribuyó decisivamente a su deceso aquella tarde.

Con la muerte del Generalísimo Cuba perdía a uno de los gigantes de la liberación cubana.

Un militar excepcional

Fue Máximo Gómez Báez un guerrero excepcional con un conocimiento innato de la guerra de guerrillas y la estrategia militar. No por gusto lo nombraron El Generalísimo, término que representa una valía por encima de todo cargo militar.

Acompañó, sin tibiezas ni reproches, al pedido de Martí de reiniciar la lucha por la verdadera reivindicación de los cubanos, sin pedir ni exigir nada. El Apóstol, que había estudiado y verificado la actitud del noble guerrero dominicano, tuvo en él al hombre que, por encima de todo, se sentía un cubano más.

Pocos guerreros en la historia universal tuvieron tantos resultados en el campo de batalla como Máximo Gómez. No hubo en él ni un ápice de vanagloria por las proezas realizadas.

Hoy la sapiencia y habilidades de Máximo Gómez son caudal indispensable en el arte militar cubano.

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