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La Habana, Cuba. – Decía Martí que “embellecer la vida es darle objeto”, lo que equivale a tener un propósito definido, una meta que alcanzar. Objetivos, sin duda, que guiaron la existencia de Camilo Cienfuegos Gorriarán y Ernesto Guevara de la Serna.

Aunque la idiosincrasia del Che era opuesta a la criolla y jocosa de la mayoría de los cubanos, de la que Camilo era la más auténtica personificación, ambos se comprendían y respetaban.

Se ha dicho que “a no ser la sequedad del carácter, el dominio de la ironía, la infrecuente sonrisa y su parquedad en el hablar, las demás cualidades del Che eran inherentes a Camilo, solo que su manera de manifestarlas era en ocasiones muy diferente”.

El Che, escueto en sus elogios, dedicó su libro La Guerra de Guerrillas “al revolucionario sin tacha y al amigo fraterno”.

Lo que los une

La dimensión histórica de los dos entrañables combatientes que fueron el Che y Camilo los enlaza el ideal de justicia y el ansia de libertad.

Hermanados por el odio a la explotación y a la deslealtad, ambos eran opuestos a la blandenguería y a la pasividad a la hora de reclamar los derechos propios y los ajenos.

Valores que los proyectaron en la continuidad de la obra revolucionaria y en el fecundo quehacer de su legado. Poseerían fortaleza de carácter y esa capacidad innata para mantener sus resoluciones en la manera en que era preciso hacerlo.

Es sabido que los padres de Camilo, al igual que éste y sus hermanos, cooperaron en la solidaridad que brindó Cuba al pueblo español en sus batallas contra el fascismo. El joven Ernesto, en gesto de humanismo que lo honra, prestó servicios en un leprosorio. Para ellos, altruismo y solidaridad eran bienes supremos.