La Habana, Cuba. – Los problemas de salud asociados al uso indiscriminado de la tecnología siguen siendo objeto de análisis de muchas especialidades médicas. Ante todo, se debe tener en cuenta que los aparatos tecnológicos no son buenos ni malos por sí solos, sino que depende del empleo al que las personas se someten con ellos.

Las formas descontroladas con que algunos han asumido las bondades de los teléfonos celulares, ordenadores y videojuegos, por citar algunos casos ilustrativos, ha abierto un área emergente de estudio, reconocida en el mundo del consumo mediológico.

Hoy se habla de watsapitis, por ejemplo, ante la adicción casi extrema de ciertos cibernautas a Whatsapp, una aplicación que permite la comunicación a través de la mensajería instantánea.

Las historias de personas que han traspasado los umbrales del confort tecnológico para adentrarse en los riesgosos trillos de la ansiedad resultan variopintas.

Las desconexiones de los ciberadictos

Aunque algunos piensan que no es para tanto, cuando se transgreden determinados límites en el consumo de los medios tecnológicos, la cuestión deja de ser un recreo para convertirse en un problema patológico. Y es que la ciberadicción es reconocida como la enfermedad del siglo XXI.

Por supuesto, en tal consideración habría que excluir siempre a la pandemia de la Covid-19, que a su vez ha catalizado los comportamientos obsesivos en en el abrumador escenario del encierro hogareño. Ahora son más los ciberadictos, los ciberacosados y las personas con dificultades para relacionarse.

Sí, porque si algo trasciende de quienes conectan de manera enfermiza con los dispositivos tecnológicos es su capacidad para desconectarse entonces de la sociedad, y sobre todo, del contacto cara a cara.

El asunto tiene muchos matices por los que se puede transitar.