“Por las calles de Praga en invierno, cada día, pasé junto a los muros de la casa de piedra en que fue torturado Julius Fucík. La casa no dice nada: piedra color de invierno, barras de hierro, ventanas sordas. Pero cada día que pasé por allí miré, toqué los muros, busqué el eco, la palabra, la voz, la huella pura del héroe (…)”.
Fragmento de “A Julius Fucík” de Pablo Neruda
La Habana, Cuba. – El libro que comentaré hoy, Reseña Reportaje al pie de la horca, tiene una vigencia que sobrecoge, recuerdo que cuando cursé el preuniversitario este texto era uno de los que se estudiaba en la asignatura de literatura. Ojalá se vuelva a incluir en el currículo, para que los estudiantes conozcan lo que significa el fascismo contado en primera persona. La edición que les traigo es la de la editorial Pablo de la Torriente Brau del 2007.
El periodista y escritor checoslovaco Julius Fucík nace en Praga, capital de la actual República Checa, el 23 de febrero de 1903. Fue un miembro destacado del Partido Comunista de Checoslovaquia. En 1921 ingresó en el Partido Comunista y por esa misma fecha se inició como crítico literario y teatral. Posteriormente fue redactor de las publicaciones del Partido Comunista Rude Pravo y Tvorba, en las que publicó reportajes sobre temas sociales y culturales. Cuando el ejército nazi ocupó Checoslovaquia, continuó publicando con seudónimo, recuperando las figuras clave de la cultura progresista checoslovaca. En febrero de 1941 pasó a ser miembro del Comité Central del Partido Comunista en la clandestinidad, encargándose de las publicaciones ilegales. En abril de 1942 fue detenido por la Gestapo por casualidad, los captores ni siquiera tenían idea de quién era él; por tanto, el objetivo principal no era él). Desde el principio, se ve obligado a tomar una gran decisión: ser aprehendido con vida y posteriormente condenado o tratar de escapar en el acto teniendo un poco de suerte. Escogió la primera opción. Es trasladado a Berlín en el verano del año siguiente, torturado, y ejecutado por decapitación, poco después.
La larga noche del fascismo y la ocupación nazi, que se encargó de perseguir, encarcelar, torturar y asesinar a los elementos más conscientes de la clase obrera y la militancia revolucionaria, fueron momentos terribles. En esos años y en la cárcel se escribieron las líneas que conforman Reportaje al pie de la horca, última obra del periodista y escritor checoslovaco Julius Fucík. “Siempre pensé cuán triste sería ser el último soldado que en el último segundo de la guerra lo alcanzara la última bala en el corazón. Pero alguien tiene que ser el último. Y si supiera que puedo serlo yo, ahora mismo iría”, ese pasaje sintetiza de alguna forma la moral que Fucík le imprimió a las cartas que escribió durante su estadía en la cárcel de Pankrác. Fue el guardián A. Kolinsky quien jugándose la vida le procuró al militante del Partido Comunista Checo los medios para poder escribir. La habilidad con la pluma de quien fuera un destacado escritor, crítico cultural y director del periódico central del Partido Comunista de su país, hizo el resto.
Gusta Fucikova, esposa y compañera de Fucík, detenida junto a él en 1942, luego de ser liberada al finalizar la guerra se encargó de ir recogiendo poco a poco el material escrito por Julius en la cárcel ubicada a menos de un kilómetro del río Moldava en la ciudad de Praga y donde funcionaba la unidad de investigación y el tribunal de la Gestapo alemana. “En el campo de concentración de Ravensbruck, mis compañeros de prisión me comunicaron que mi marido, Julius Fucík, había sido condenado a muerte el 25 de agosto de 1943 por el tribunal nazi de Berlín”, de esa forma comienza su introducción a Reportaje al pie de la horca.
“¿Qué vendrá primero, la muerte del fascismo o mi propia muerte?”. Con frases cortas y la palabra justa y apretada, Fucík describe la vida en la prisión, lo cotidiano de la tortura y como, a pesar del aislamiento, la camaradería traspasaba los límites de los barrotes. Consciente de su muerte anunciada, en cada línea se deja ver una cuota de optimismo fuertemente humano por lo que vendrá, es la moral del último combatiente que le escribe una carta al futuro.
Entre líneas que narran cómo los militantes comunistas encarcelados se comunicaban las novedades de la guerra y del frente de batalla a partir del ánimo de sus carceleros y la dureza de sus golpes, Fucík se detiene en momentos que marcaron su estadía en la cárcel, como el aniversario del 1 de mayo en 1943. “Y ahora, nuestra media hora de gimnasia. Yo soy el instructor. Es el Primero de Mayo, muchachos, y no vamos a comenzar como los otros días: qué importa si eso llama la atención de los vigilantes. El primer ejercicio: uno, dos; uno, dos: los golpes del martillo. El segundo: segar. El martillo y la hoz.”
El autor de estos fragmentos durante su último año de vida habla de como fueron capturados por la Gestapo, describe a sus compañeros, a sus amigos, a los no tan amigos, lo que hacía. Cuenta como fueron torturados tanto él como los casos que iba conociendo de sus camaradas, las ejecuciones de las que era consciente, describe además a los guardias de la prisión, a los buenos y a los no tan buenos. Cuenta cómo empezó a escribir todo lo que se lee en el libro, hoja a hoja. Está narrado en primera persona por el mismo Julius. Transmitiendo en cada una de sus palabras tanto lo que iba ocurriendo a su alrededor como sus propios sentimientos. Al principio en pasado, contando todo lo que había ocurrido hasta que se le brindó la oportunidad de plasmar todo en papel, y más adelante empieza a contar en presente, sobre todo sus despedidas al mundo, a sus seres queridos. El día 9 de junio de 1943 escribía “Cuatrocientos once días en Pankrác, que pasaron con una rapidez increíble. ¿Cuántos me quedan todavía? ¿Dónde? ¿Y cómo?”
Cierro esta reseña con las palabras finales del libro, donde Fucik nos alerta desde el lejano año 1943, quizás presintiendo que 80 años después la bestia parda volvería a salir de su madriguera en la Europa Central: Vaya, también mi obra se aproxima a su fin. No puedo describirlo. No lo conozco. Ya no es una obra. Es la vida. Y en la vida no hay espectadores.
El telón se levanta.
Hombres os he amado. ¡Estad alertas!