La Habana, Cuba. – El mundo está en cambio, y que puede ser en términos definitivos muy radicales. Es sin dudas, un criterio que se generaliza de manera sensible entre analistas, políticos y gente sencilla del planeta.
Washington y Occidente enfrentan retos que al parecer no van a poder vencer a estas alturas de la historia, por lo que su retroceso frente a nuevas fuerzas internacionales más racionales y objetivas en sus percepciones, parecería un tema casi sellado.
Y en ese contexto, América Latina tiene la necesidad y la urgencia de definir su futuro. Cierto es que desde hace algunos decenios el péndulo político regional se ha movido con más frecuencia entre progresistas y reaccionarios, pero aún la consolidación de una tendencia hacia el progreso económico y el avance social no es para nada completa y sólida.
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En el Sur de nuestro Hemisferio, un viejo reducto del hegemonismo gringo, las batallas ganadas y perdidas por las fuerzas políticas contendientes se suceden alternativamente.
Unas veces porque, por ejemplo, hemos “aportado” para esta época, a instancias de Washington, los “golpes de estado institucionales” a través de Congresos y poderes judiciales viciados.
Del otro, los devaneos y las contradicciones de una izquierda que en algunas ocasiones ha sido víctima de sus propios pecados, divisiones, e inconsistencias, cuando no de una campaña de descrédito descomunal y predominante en la mente de mucha gente. Y lo válido parece ser atender justo a estos asuntos claves, porque de lo contrario, en un contexto internacional favorable, podemos los latinoamericanos quedar de cola.