Parado frente a la Posta tres del Cuartel Moncada, Fidel está solo en plena calle. El ruido de las sirenas de alarma restalla, ensordecedor y amargo, contra los cercanos muros. Comprende que tras la pérdida del factor sorpresa, la acción militar ha fracasado.

Ha mandado a todos a retirarse y ahora no lo acompaña ninguno de sus compañeros. Tiene una escopeta belga calibre 12 de cinco tiros y con ella se enzarza en un personal combate con un soldado que desde el techo del Moncada intenta hacer funcionar una ametralladora 50.

El hombre trata de acercarse al arma y Fidel le dispara para impedirle barrer la calle por donde se retiran los carros de los asaltantes. Después de unos minutos de macabra coreografía, un auto da marcha atrás y regresa a recoger al jefe de la acción. Fidel va iracundo, pero dispuesto a continuar la lucha, una actitud que lo haría trascender.

Del revés a la victoria

Casi desde que se inició en la vida política, Fidel supo que tendría que nadar a contracorriente de maledicencias, incomprensiones y fracasos. Con una energía nacida de la convicción, aprendió a sacar una victoria de cada revés y a mirar hacia adelante siempre con optimismo.

Por eso, el Moncada fue la acción que echó a andar el motor grande de la Revolución o la Zafra de los 10 millones cementó la unidad del pueblo. Ni pérdidas, ni errores, ni traiciones le hicieron perder la fe en la certeza de que para triunfar es necesario pelear hasta las últimas consecuencias, un concepto que ha guiado sus nueve décadas de vida. Nada lo ha hecho cejar en sus sueños y precisamente esa forma tan propia de encararlos, con sabiduría y confianza, ha convertido a Fidel en un eterno guerrero.

 

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