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La Habana, Cuba. – A todas luces la fragilidad del mundo actual es más evidente que durante la peligrosa crisis de octubre de 1962.

El universo digital está manejando vertiginosamente el pensamiento de las grandes masas, mediante la posverdad, un fenómeno comunicacional profundo y constante, capaz de trastocar la responsabilidad colectiva con efectos palpables en poco tiempo.

El impacto ocurre en la delgada capa cerebral de la racionalidad, distorsionando deliberadamente la realidad, manipulando creencias y emociones con el objetivo de influir en la opinión pública y actitudes sociales.

En tiempos romanos una mentira repetida 100 veces se convertía en verdad, en tiempos norteamericanos, con tan solo inducirla una vez con los sigiles mecanismos de la infocomunicación es suficiente; acabamos de vivir un ataque de histeria colectiva en territorio Made in USA.

La Cultura, tabla salvadora

La satanización de China y su globo meteorológico errático resulta el más claro ejemplo: antes había que ocupar una nación para conquistarla mediante la superposición cultural.

Al decir de un cubano pensador hoy día: “El encauzamiento de los objetivos de dominación imperial fluye por las venas de sus tanques pensantes y laboratorios diseñadores de políticas y modos de llevar a las grandes masas la danza de la esclavitud y la enajenación en un mundo irreal de oportunidades ¡¿oportunidades?! A qué costo, en medio de una desigualdad crujiente”.

Latinoamérica y particularmente Cuba son el vivo ejemplo de la distorsión sistémica; somos para el resto del orbe, pulcro y civilizado, patrocinadores de terrorismo, un concepto desarrollado en la era Bush y radicalizado en periodos subsiguientes.

Nos corresponde quitarnos el sambenito con la espada y el escudo de la nación: la Cultura.

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