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La Habana, Cuba. – En julio del 99, Western Union inició sus operaciones en Cuba, era entonces un huequito en el muro del bloqueo por el que se colaron las remesas familiares en efectivo.

Una treintena de instalaciones, con el distintivo color amarillo, abrieron sus puertas a lo largo y estrecho del país.

Más tarde, y poco a poco, la compañía amplió sus servicios hasta tener más de 400 centros en todos los municipios, una evidencia del éxito de la relación con la financiera cubana FINCIMEX, que hizo una gran inversión en locales, equipamiento, conectividad y preparación del personal.

Era un negocio mutuamente ventajoso que, sobre todo, beneficiaba a las familias cubanas. Pero Trump llegó a la Casa Blanca y empezó a apretar el bloqueo, por eso, en febrero último, primero prohibió los envíos desde terceros países.

Apretar el cerco

Como parte de la seguidilla de apretones al bloqueo, Trump suspendió definitivamente el envío de remesas a Cuba a través de la Western Union, una medida que se aplica desde hoy a las 6 de la tarde.

Y es que atacan a las remesas por el importante peso que tienen en la economía cubana a la que quieren ahogar por todos los medios. Pero más allá de lo que digan para justificarla, esa ha sido una disposición que, en esencia, daña al pueblo cubano, y fundamentalmente a los lazos que unen a las familias.

En definitiva, exigir que Cuba cambiara la red de pago es una petición políticamente sesgada que solo trata de hacernos la vida más difícil y atenta contra la soberanía nacional.

Las remesas que envían los emigrados van a padres, esposas, hijos o nietos, por eso cortar esa vía de enlace es una puñalada a la familia cubana.