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No es casual que tras su investidura como presidente reelecto de Rusia, Vladimir Putin realizara tres visitas oficiales al hilo a países cercanos por la geografía pero, sobre todo, en términos comerciales, políticos y de defensa.

Sus estancias en China, Belarús y Uzbekistán han consolidado nexos importantes. En Beijing, Putin y su colega Xi Jinping ratificaron una alianza estratégica trascendental para ellos y para el mundo, pues ambos países son el motor de una alternativa al poder de Estados Unidos y Occidente.

Acuerdos de intercambio dejó también la estancia del mandatario ruso en la capital uzbeka y en MINSK, donde ratificó con su colega Alexander Lukashenko, además, que a ambas naciones las une lo que Putin identificó como la hostilidad y los intentos de frenar nuestro desarrollo por parte de la comunidad occidental.

Firme frente a la OTAN

Los viajes del Presidente de Rusia no solo mostraron el buen estado en que se encuentra esa nación, pese a la guerra con Ucrania.

Además, pueden entenderse como un espaldarazo de los países visitados a Moscú ante las amenazas con que, cada vez más frecuentemente, dignatarios en Europa amagan con la idea de enviar sus soldados a combatir junto a Ucrania o incluso, más recientemente, aceptan como posible que el ejército ucraniano use armas de la Alianza Atlántica para atacar territorio ruso.

Las acciones ucranianas contra enclaves de Rusia cercanos a la frontera común son cada vez más frecuentes y, aunque su propósito pareciera ser el resarcimiento por los golpes militares que sufren las tropas ucranianas, constituyen una amenaza contra Moscú que, como ha advertido Putin, traerían momentos amargos para todos si se concretan.

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