Recep Tayyip Erdogan y Vladimir Putin. Foto: elpaís.com

La reciente visita a Moscú del presidente Recep Tayyip Erdogan abrió una nueva e inesperada etapa en las relaciones entre Turquía y Rusia. Tras el derribo en noviembre último de un caza ruso por fuerzas turcas, los dos países vivieron una escalada de amenazas que casi rompe los lazos diplomáticos.

Las cosas se pusieron tan malas que Erdogan llegó a pedir a la OTAN, de la que Turquía es miembro, impedir que el Mar Negro se convirtiera en un lago ruso. El Kremlin, por su lado, impuso a Ankara sanciones económicas que entraron en vigor en enero de este año.

El castigo hizo que dejaran de llegar a los hoteles turcos cuatro millones de turistas rusos y las exportaciones turcas hacia Rusia disminuyeron en un 60 por ciento. Las sanciones también pusieron en peligro la edificación por una empresa rusa de la primera central nuclear de Turquía.

Una nueva alianza

El acercamiento de Turquía a Rusia parece consecuencia del empeoramiento de las relaciones con Estados Unidos y algunos países europeos, que dieron una respuesta tibia y tardía al fracasado golpe de estado contra Erdogan. Moscú tuvo una reacción más rápida y a pesar de las diferencias ofreció pleno respaldo al mandatario turco.

Por otro lado, Washington, que critica lo que llama el autoritarismo del presidente turco, se niega a extraditar al clérigo Fethullah Gulen, acusado de ser el instigador de la fallida asonada de julio último.

Lo cierto es que ahora Turquía trata de recomponer sus lazos con Rusia, que fue su primer socio comercial, y parece dar la espalda a Occidente, en una movida que tendrá también impacto en la guerra en Siria. Todo apunta al nacimiento de una nueva alianza, asentada sobre el puente recién tendido entre Ankara y Moscú.