Es evidente que las fuerzas reaccionarias contrarias al progreso e independencia de América Latina y el Caribe ejecutan una dura ofensiva contra los impulsores de tales metas históricas.

Baste recordar el golpe de estado parlamentario en Brasil que depuso a Dilma Rousseff y la campaña de descrédito contra Luís Ignacio Lula da Silva, encarcelado incluso por presuntos hechos de corrupción, siendo el favorito para adjudicarse la presidencia brasileña en octubre venidero.

Se unen además a esos dislates la persecución, también por supuestos actos de fraude, de la ex presidenta argentina Cristina Fernández, la masiva agresión contra la Venezuela Bolivariana, y los pasos de la oligarquía regional contra las entidades que se empeñan en la unidad del área bajo la bandera de la autodeterminación y el antiimperialismo.

Destruir para dominar

Desde luego, los planes de desestabilización política en América Latina y el Caribe no vienen solos.

Están claramente elaborados e indicados desde las orillas del Potomac, donde los intereses hegemonistas pretenden, contra toda lógica, retomar el espacio posible relacionado con el afán de convertirse en soberanos globales.

Es así, que desde Washington llueven campañas mediáticas, declaraciones agresivas, sanciones, presiones belicistas, recortes y hostilidad al por mayor a los países del área.

Uno de sus más claros planes es la arremetida por todas las vías contra las figuras políticas de izquierda, acusándolas con los vicios que son congénitos de las oligarquías hemisféricas y que se esconden y manipulan a través del control de los grandes medios de desinformación.