La Habana, Cuba. – Coincidentes en casi todo, Fidel Castro y Hugo Chávez se adelantaron a concebir una entidad regional que favoreciera la integración latinoamericana a partir de la complementariedad. Así, nació en octubre de 2000, en Caracas, el Tratado Integral de Cooperación entre Cuba y Venezuela.

Aquella fue la experiencia inicial de lo que vendría después, una nueva relación económica con énfasis en lo social, pero con un marcado sesgo político. Después, se firmó en La Habana, el 14 de diciembre de 2004, el acta constitutiva de la entonces Alianza Bolivariana para América, una contrapartida al Área de Libre Comercio de Las Américas, promovida entonces por Estados Unidos.

Cinco años más tarde, como lógica evolución, el bloque pasó a llamarse Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos.

Más allá de un nombre

La constitución del ALBA-TCP como hoy  la conocemos se basó en el entendido de que el crecimiento y fortalecimiento político del bloque lo constituye en una fuerza real y efectiva, de acuerdo con la Declaración de la Cumbre Extraordinaria de Maracay, Venezuela, donde se adoptó el nuevo nombre.

Pero más allá del cambio de apelativo, pasando por encima de situaciones coyunturales, de tropiezos y traiciones, el grupo ha basado la integración en la solidaridad y los acuerdos de cooperación Sur-Sur, base de logros sociales como la Operación Milagro o la aplicación del método Yo si puedo. O la constitución de PetroCaribe como mecanismo de compensación energética.

Ahora, en estos tiempos de pandemia, el ALBA-TCP cobra una nueva dimensión y refuerza una vocación solidaria que va desde ayer a hoy.