Fueron la sensibilidad y el alma poética del líder Hugo Chávez las que retrataron, en una metáfora, la angustia latinoamericana frente a Estados que no resolvían sus problemas: «Los gobiernos no pueden seguir de cumbre en cumbre mientras los pueblos van de abismo en abismo», dijo el Comandante bolivariano más de una vez.
De alguna manera, la imagen ayuda a entender el ocaso de un foro cuyo carácter histórico no puede negarse, pero que ha sido superado por la vida y por su ineficacia, a la larga, para analizar a profundidad y resolver los problemas de los latinoamericanos.
La Cumbre Iberoamericana tiene el valor de haber sido la primera instancia que reunió a los países de América Latina, con España y Portugal, sin la presencia mandona de Estados Unidos, aunque gobernantes obedientes a sus intereses le sirvieran en algún momento.
Superada
Nacida en 1991 con su cita de Guadalajara, la Cumbre Iberoamericana constituyó un hito que se contrapuso a la ya desacreditada OEA, y a las nacientes Cumbres de las Américas convocadas por Washington para engullir a la región. Representó también la primera asistencia de Cuba a una cita de ese corte.
Sin embargo, sus debates han abordado temas que constituían verdaderos problemas para América Latina sin que se tomase en cuenta el contexto de pobreza, intercambio desigual y, ya desde entonces, de asfixiante deuda externa.
Hablar de tecnología o de educar para conseguir empleo, parecían quimeras. Después, el nacimiento de la CELAC superó a la instancia iberoamericana con creces, no solo por incorporar al Caribe, área inseparable de la región, sino por representarla de un modo auténtico y unitario, en busca de una sola y fuerte voz.