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Tras el desembarco del Granma, el 2 de diciembre de 1956, los expedicionarios quedaron en tierra firme, a la deriva, dando traspiés, constituyendo un ejército de fantasmas.

Habían sido 7 días de hambre y de mareos continuos, sumados a tres días terribles en tierra.

Luego, la historia fue testigo de una rápida sucesión de hechos que comenzaron con el revés y la dispersión de Alegría de Pío y las vicisitudes de los combatientes para reagruparse junto a Fidel en la Sierra.

En la madrugada del día 5 de diciembre, narraría luego el expedicionario Ernesto Che Guevara en su libro Pasajes de la Guerra Revolucionaria, eran pocos los que podían dar un paso; debido a ello se ordenó un alto a la orilla de un cañaveral, en un bosquecito cercano al monte firme.

Sorpresa y dispersión

Después de dormir toda la mañana, los exhaustos hombres acampados dentro del montecito y el cañaveral, la mayoría con ampollas sangrantes en los pies, y casi sin más armas que el fusil, la canana y algunas balas mojadas, saciaron el hambre y la sed comiendo caña.

Al mediodía de aquel día 5 de diciembre de 1956, los aviones del ejército empezaron a rondar el lugar, conocido por Alegría de Pío, en las cercanías de Niquero.

De pronto, sonó un disparo y el fuego se generalizó. Según el testimonio del Che, Almeida, que en ese momento era capitán, fue a su lado para preguntar las órdenes que había, pero ya no había nadie para darlas.

La sorpresa había sido demasiado grande. Almeida volvió a hacerse cargo de su grupo, en el que estaba además Ramiro Valdés.

Forja del Ejército Rebelde

Con Almeida a la cabeza, el pequeño grupo de expedicionarios logró alcanzar un monte salvador. Los que se quedaron se sintieron más seguros en aquel montecito, protegidos por árboles pequeños detrás de los que se encontraban parapetados.

“Nosotros nos fuimos agachados”, escribiría luego el Comandante de la Revolución Juan Almeida Bosque. Poco después se levantaron columnas de humo en el cañaveral, ametrallado por los aviones.

Mientras, el pequeño grupo de hombres, entre los que se encontraban Almeida y el Che, se fue adentrando en la profundidad del bosque, en busca de la Sierra.

El resto de los expedicionarios también se dispersó en pequeños grupos. Sorprendidos, desperdigados, heridos, muertos o asesinados luego. Allí, en Alegría de Pío, se inició la forja de lo que sería el Ejército Rebelde.