El reino animal ofrece detalles curiosos con respecto a su comportamiento sexual. Algunos organismos unicelulares poseen una reproducción asexuada.

Otros no necesitan del sexo opuesto para procrear, porque reúnen en sí mismos los mecanismos imprescindibles. Pero, por regla, los animales necesitan a la pareja para perpetuar la especie. Y aquí es donde ocurren eventos cuya singularidad nos asombra por lo insólito.

Conocido es el vuelo nupcial de la abeja reina, la cual utiliza una sustancia con la que atrae magnéticamente a los zánganos; es una feromona sexual, olfativa, recurso frecuente entre los insectos.

El puente del amor de la araña y la danza de los escorpiones también llaman nuestra atención.

Luces, sonidos estridentes, canciones de amor

Las luciérnagas emiten destellos luminosos a intervalos en la búsqueda y encuentro de la pareja. Estos centelleos son un juego bien preciso de preguntas y respuestas. ¿Qué sentido puede tener el chirrido del grillo, tan irritante?

Si ponemos a una hembra en celo a 10 metros del grillo cantor, ella se orienta sin dificultad hacia el músico. Más tarde se produce el apareamiento.

Muchos saltamontes, chinches de agua, mosquitos y escarabajos atraen a sus parejas con diversos ruidos y sonidos.

Más ameno para los humanos es el canto de las aves, utilizado para señalizar su territorio, y que también atrae u orienta a los cónyuges.

Para las aves nocturnas, el canto, graznido o señal sonora también es justificable.

¿Quién dijo que los peces son mudos?

El medio acuático siempre ha sido considerado como el reino del silencio. Pero esto es falso; muy pocas especies en él son absolutamente mudas.

Con los sonidos que emiten, algunos machos atraen a las hembras. Los caballitos de mar producen como un clic cada vez que se acerca una hembra.

Otras especies silban o trompetean. El balistes, el pez luna y el holocentrus, frotan los dientecillos de la faringe uno contra otro produciendo así crujidos y chillidos. Algunos de estos sonidos, aunque no los captemos, son de índole amorosa.

Ya sea en la tierra, el aire o el agua, los rituales amorosos de los animales revisten aspectos curiosos, pero todos conllevan a un fin definido: la preservación de la especie.