Sin grandes lagos, ni ríos caudalosos, Cuba depende de la lluvia para garantizar el agua que necesita. Las lagunas de Ariguanabo, en Artemisa, y de la Leche, en Ciego de Ávila, son nuestras dos más grandes reservas naturales del líquido.

Para colmo, nuestros ríos, cuyo corto recorrido impide tener un gran caudal, corren sobre terrenos pendientes y llegan rápido al mar porque vivimos en una isla larga y estrecha.

Salvo en el oriente, donde están la Sierra Maestra y el macizo Sagua-Nipe-Baracoa, las mayores elevaciones del país atraviesan el territorio nacional casi por el centro, de este a oeste, y forman un extendido espinazo tectónico, que parte a la isla principal en los planos Norte y Sur.

Esa configuración impulsa a todas las corrientes hacia el mar. Por eso, apenas sobresalen Cauto, Toa, Cuyaguateje y Sagua La Grande, como nuestras más importantes corrientes de agua dulce.

Una decisión de todos

No es cosa de juego la sequía que sufre el país y que golpea de una u otra forma a casi todos los municipios.Por eso, hay que respaldar el esfuerzo que hace el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos para solucionar los más de 3.400 millones de metros cúbicos que cada año se pierden por ineficiencia en el funcionamiento y mantenimiento de las redes de abasto.

El Programa Nacional Hidráulico busca enfrentar un fenómeno cíclico pero que cada vez se repite con mayor rapidez y más duración.

A corto plazo, la sequía no va a desaparecer e incluso algunos consideran que se necesitarán dos años para recuperarnos de la falta de agua, un asunto que incide sobre toda la sociedad.

Desperdiciarla es hoy un crimen, porque aunque de las necesarias lluvias dispone San Pedro, sobre el ahorro decidimos todos.

Infografía tomada de Cubadebate.

Infografía tomada de Cubadebate

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