¿Qué iba a saber aquella adolescente que desembarcó en La Habana con su familia un mes antes de cumplir 14 años, que iba a entregarle a Cuba su héroe mayor en la persona de su hijo?
Dicen que cuando ya la vida le era como una pequeña brisa de mar, Doña Leonor Pérez Cabrera se sentaba en una ancha poltrona, en el hogar de la calle Consulado, y dejaba pasar las horas anidando los recuerdos de Pepe, el hijo querido.
Quizás, en la resolución de la joven Leonor Pérez de aprender a leer y a escribir en contra de la voluntad de sus padres y de los preceptos de la época, estuviera el primer rasgo de rebeldía que heredó su primogénito