Dicen que cuando ya la vida le era como una pequeña brisa de mar, Doña Leonor Pérez Cabrera se sentaba en una ancha poltrona, en el hogar de la calle Consulado, y dejaba pasar las horas anidando los recuerdos de Pepe, el hijo querido.

Una y otra vez, el abanico aplacaba los rigores del estío cubano, pero nadie osaba despedir la quietud de aquel rostro, ensimismado en evocaciones de dolor y gloria.

Canaria de nacimiento, fue una mujer singular: aprendió a leer y a escribir tarde, en casa de unas amigas, a escondidas de la familia prejuiciosa de tanto saber para los tiempos.

La madre de José Martí fue de pensamiento y juicio claro, de noble sensibilidad y agudos criterios; la gran doña Leonor Pérez Cabrera falleció el 19 de junio de 1907, a las 5 y media de la tarde: parecía dormir sentada en la amplia poltrona de la casa de su hija Amelia.

De la verdad y la ternura

Con Doña Leonor Pérez fue siempre, en creciente agonía, la impaciencia por un hijo de precaria salud, exiguos recursos monetarios y entregado a la causa revolucionaria y los riesgos del exilio.

La lejanía de José Martí y el sacrificio de su vida constituyeron temas recurrentes en el epistolario de ambos y esas lecturas devuelven el conflicto del primogénito por no ser comprendido y, el de la madre, por no ser atendidos los ruegos de una vuelta al hogar.

En carta a Leonor Pérez, José Martí le dice: “No son inútiles la verdad y la ternura; No padezca”; y en otra: “¿Y de quién aprendí yo mi entereza y mi rebeldía, o de quién pude heredarlas, sino de mi padre y de mi madre?”

El periodista Guillermo Cabrera acerca del dilema amoroso entre madre e hijo, expresó: “Madre mártir, tuvo la dicha y la desdicha de acunar a un hijo que quiso solo suyo y fue de todos”.