Si a Rita Montaner, por su incomparable ejecución de los géneros cubanos, se la nombró  La Única, a Benny Moré hay que denominarlo El Único, El Mejor, El Cubano, y todavía los epítetos quedarían cortos para su talla.

Maximiliano Moré sintetizó como nadie el ritmo, la melodía, el sonido de Cuba. Nació un 24 de agosto de 1919 en un barrio de Santa Isabel de las Lajas, en la actual provincia de Cienfuegos.

De extracción humilde, desde pequeño tuvo que ganarse el sustento, y así fue cortador de caña en Camaguey, vendedor de frutas en el Mercado de Cuatro Caminos, buscavidas con una guitarra alquilada en los muelles de La Habana, hasta que encontró su vocación y la siguió hasta su muerte.

Como un árbol sembrado al centro de nuestra isla, Benny Moré se alimenta por la raíz, su savia sube al tronco y lanza su voz proteica desde las ramas al viento, a los cuatro vientos.

Una vigilia soñadora

Desde el sombrero hasta los zapatos, pasando por el bastón ornamental, como un cetro regidor de la tribu, la figura de Benny Moré esculpe la cubanía sonora, gestual; su visualidad.

El imaginario popular lo ha incorporado como uno de sus iconos más entrañables. Esa cubanidad siempre en proceso de composición, siempre formándose, no renuncia jamás al componente Benny Moré.

Intuitivamente, con sus vivencias al natural, Benny nos está mostrando una manera de ser cubanos, enseñándonos cómo fuimos y somos, para saber cómo seremos. En el aniversario de su deceso, su poderosa voz continúa inmarchitable entre nosotros, enriqueciendo nuestro caudal de sonoridad y ritmo.

La síntesis lograda por ese hombre de pueblo, parece imposible de repetirse. Por eso su música gusta cada día como si fuera de hoy mismo. Porque Benny Moré es un sueño que no duerme, una vigilia soñadora.

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