Al centro-sur de Cuba, junto a las cálidas aguas del Mar Caribe, se levanta la pintoresca ciudad de Trinidad entre las montañas del Escambray y la Ensenada del Ancón.

Fundada por el adelantado Diego Velásquez en 1514, a pesar de las restricciones del comercio impuestas por la metrópoli española, todo el movimiento en la parte central de la isla de Cuba se realizaba por el puerto de Casilda, dada su privilegiada ubicación geográfica.

No pasó inadvertido para los piratas y corsarios que merodeaban estas aguas el auge de la villa. Amenazada constantemente por los invasores, España se ve obligada a situar buques en corzo para la protección de la ciudad, aunque no siempre con el éxito deseado.

En 1585 la floreciente villa recibe el título de ciudad.

Espejo del tiempo

El renombre logrado por Trinidad y la importancia de su comercio, hacen que en 1791 reciba el Escudo de Armas, en el que aparece todo el conjunto evocador a su fundación, y como fondo las montañas y el cielo coronado por la diadema real de España.

Después de mediados del siglo XVIII, la ciudad cae en una recesión económica que la guardó sin fijeza del paso del tiempo.

Trinidad se muestra hoy como un museo vivo: sus calles empedradas, las casas señoriales de amplios ventanales, verjas con finos trabajos de herrería, patios interiores de sol y sombra y de flores y colores,  iglesias como la Parroquial Mayor de sólida arquitectura, el Palacio Brunet, bellísima muestra de la fusión del estilo mudéjar con el neoclásico, imágenes de nuestro pasado colonial y que Trinidad orgullosa atesora.

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