La Habana, Cuba. – Si para muchos la gloria estuvo en el campo de batalla, para otros, como es el caso de Raúl Roa, la palabra fue filosa arma de combate que acompañó al escritor durante casi tres cuartos de siglo.
Periodista, escritor y profesor universitario, Roa falleció el 6 de julio de 1982, día en que la muerte puso fin a un incomparable lenguaje donde descollaban frases coloquiales, dicharachos y jerga criolla.
El joven tuvo sus primeras inquietudes revolucionarias mientras estudiaba el bachillerato, época en que con su brillantez expositiva y de manera introspectiva revelaba aquel mundo fascinante de los 16 abriles.
Un autorretrato hizo Roa por aquellos tiempos cuando se describió larguirucho y lenguaraz a toda hora. Ni escritor ni escribano: simplemente un soldador flamígero de palabas, dijo de sí mismo.
Lector insaciable
Por aquellos años, la figura del líder estudiantil comunista Julio Antonio Mella influyó notablemente en el veinteañero Raúl Roa, que con su diálogo fascinaba a sus colegas de la carrera de derecho, bajo la acariciadora sombra del Patio de los Laureles.
En abril de 1977, durante el acto de investidura de Roa como profesor de mérito, la doctora Vicentina Antuña rememoró con nostalgia la primera juventud del homenajeado en la histórica Universidad de La Habana.
Antuña dijo de Roa, que sobresalía entre los jóvenes como lector insaciable, y poseía ya por entonces, una cultura literaria e histórica poco común en muchachos de su edad.
A ello habría que añadir sus criterios muy definidos sobre los problemas sociales de Cuba y de América, sustentados por las lecturas marxistas que solía realizar.
Cubano auténtico
Los amigos de entonces recuerdan al “flaco”, como cariñosamente llamaban a Raúl Roa, coincidiendo con la descripción un tanto festiva que aquel joven simpático, agudo y comunicativo haría de sí mismo años más tarde, y quien era sobre todo la encarnación de la rebeldía.
“Cubano auténtico y, por ende, extrovertido, gesticulante y parlero, la velocidad de mi palabra suele superar la del sonido”, dijo.
Su arraigo popular está implícito en un comentario suyo, poco conocido, que refería una parte de su niñez. Mi verdadera formación me la disparó el uso y abuso, con los mataperros de la vecindad, del papalote, la quimbumbia, el patín y la bicicleta, disolventes magníficos de las ataduras sociales y de los prejuicios raciales, expresó.
El carácter rebelde llevó a la prisión en varias ocasiones a Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, quien se proclamó un escritor en puro afán de servicio.