No quedan testigos, pues el paso de los siglos lo hace imposible, pero la historia, esa valiosa narradora y guardiana de los acontecimientos, nos revela que, en sus inicios, las murallas de La Habana estuvieron acompañadas por dos cañonazos.
El primero se disparaba a las 4 y 30 de la mañana, para indicar que se tendieran los puentes levadizos y se abrieran las puertas del muro, con el fin de posibilitar el paso desde una parte a la otra de la ciudad.
El segundo accionar de cañón —que al principio se realizaba en un barco de guerra— ocurría a las 8 de la noche, para subir puentes y cerrar portones. Luego se hizo desde la fortaleza de La Cabaña y, más tarde, a las 9 de la noche, cuando el toque de retreta dio paso al de silencio.
Al desaparecer la muralla se eliminó el cañonazo madrugador y quedó el de las 9, solo para anunciar la hora.
Apuntes de unas murallas
La necesidad de amurallar La Habana se hizo patente desde 1558, tras el ataque del pirata Jacques de Sores. Varias ideas se manejaron a lo largo de más de un siglo y al fin, bajo el gobierno de Francisco Rodríguez Ledesma, se dio comienzo a la obra, el 3 de febrero de 1674, fijándose una lápida para consignar esa fecha.
Bajo el mando de los gobernadores que siguieron a Ledesma, durante 25 años, se continuaron las labores y se terminó el lado terrestre de las murallas, desde La Punta a La Tenaza y desde allí hasta Paula.
La obra concluyó en su totalidad en 1740, con la circunvalación a toda la ciudad salvo un pequeño tramo en la bahía habanera, para posibilitar el despacho de los buques.
Tres millones de pesos costaron a España las murallas de La Habana.
Fin de su vida útil
Las murallas de La Habana tenían, como promedio, un metro y 40 cm de espesor y 10 de altura, camino cubierto, plazas de armas y ancho foso.
Su dotación militar era de 3 mil 400 hombres, con capacidad para el doble, y su armamento consistía en 180 piezas de variado calibre.
Las murallas llegaron a tener nueve puertas, las cuales permanecían abiertas de sol a sol, abriéndose y cerrándose al disparo de los ya mencionados cañonazos.
Esta construcción militar nunca fue puesta a prueba, pues en 1762 los ingleses, al atacar la capital cubana, lo hicieron por la loma de La Cabaña, el único lugar estratégico entonces indefenso.
Al rebasar La Habana sus murallas, estas resultaban inútiles y comenzaron a ser derribadas, en agosto de 1863.
Escrito por Oscar Ferrer para la Revista Semanal de Radio Reloj.