Fotos: José M. Correa

Sin la magnificencia de la China, poseedora de una historia que comienza en el siglo III antes de Cristo, la Muralla de La Habana también cumplió su cometido.

Para completar el proyecto de defensa de La Habana, una vez iniciado el primer sistema de fortificaciones costeras, se pensó en amurallar la ciudad con el fin de convertirla en una plaza inexpugnable.

En los primeros años del siglo XVII, el ingeniero militar Cristóbal de Roda proyectó el amurallamiento inicialmente realizado con troncos de árboles. Sin embargo, las verdaderas obras no serían iniciadas hasta el 3 de febrero de 1674.

123 años después, en los finales del siglo XVIII, culminó la construcción de la Muralla de La Habana.

Un mismo propósito para dos fortificaciones

Si la Gran Muralla China fue construida para proteger a la nación asiática de los tártaros que habitaban las estepas del norte, la de La Habana se erigió con el fin de resguardar la ciudad de los ataques de corsarios y piratas que pugnaban por apropiarse de las riquezas del Nuevo Mundo.

Mientras que la Gran Muralla China se extendió por miles de kilómetros adaptándose al curso de los ríos y a los contornos de montañas y valles, la de La Habana fue más modesta, pero proporcional a las dimensiones de la ciudad que debía proteger.

Con un diseño diferente al original, la Muralla de La Habana se construyó formando un arco de 4, 5 kilómetros, que incluía también parte de la costa, y con una altura de 10 metros como promedio. 180 piezas de artillería se destinaron a mantener a raya a los saqueadores.

Derribada por incompetencia

La Muralla de La Habana tuvo una vida útil muy limitada, si se tiene en cuenta que entre la fecha de su culminación y el inicio de su derribo no pasó un siglo.

Durante su corta vigencia, el acceso a la ciudad se regía por horarios estrictos y después de las 9 de la noche era imposible entrar o salir.

El crecimiento de la población, el desarrollo del comercio y las nuevas concepciones militares terminaron por anular la función protectora de la muralla, y ya en 1863 se comenzaba su demolición.

Pero la muralla marcaría profundamente el ulterior trazado de la capital cubana, al prefigurar su crecimiento actual. Los fragmentos que todavía hoy puede observar el caminante de La Habana Vieja son una invitación a dialogar con la historia.