Cuando a la Patria le nacen los hijos que merece, resulta obvio que tuvo la madre que se merece. Y los cubanos tuvimos la nuestra en Mariana Grajales, nacida el 12 de julio de 1815, en el poblado de El Cristo, Santiago de Cuba.

Mariana se apresuró a parir, como previendo que Cuba necesitaría corazones y brazos para liberarla. Tuvo 13 hijos, y a todos los empujó hacia la manigua una vez que Céspedes inició la clarinada del 68.

También a su esposo, Marcos Maceo; a los hijos de este con un matrimonio anterior. A todos les hizo jurar combatir hasta ver libre a Cuba.

Y ella misma, con 53 años cumplidos, desanduvo esa década de lucha y penurias el monte cubano; alentando, curando heridos, imponiendo el sacrificio como ejemplo, para que la Patria no careciera del impulso necesario al quiebre de las cadenas coloniales.

Madre con grados de General

Nunca demostró flaqueza esta madre venerada; tanto que María Cabrales, la esposa del Titán de Bronce, se refirió a ella como alguien a quien Dios había investido con los grados de General.

Mariana Grajales, al cabo de la Guerra Grande, donde no se alcanzaron los objetivos militares, salió rumbo a Jamaica, a instancias de Maceo.

Allí, en Kingston, recibía a los cubanos sin permitir que el desaliento mermara el entusiasmo por ver a Cuba libre. Allí fue a visitarla José Martí en 1893, inmerso ya con actividad febril en los preparativos de la Guerra Necesaria.

Parece evidente imaginar la conversación. Le brillan los ojos a la anciana de 78 años. Mariana le extiende las manos con ternura, y Martí se las estrecha y besa con unción.

Con ese beso, José Martí, doliente de Cuba, sabía que estaba besando a la Madre de la Patria.