La Habana, Cuba. – Como si fueran pocas las tormentosas ráfagas de la vida cotidiana, entre precios por las nubes, apagones de un sistema electroenergético en estado bien complejo y carencias agudizadas por un bloqueo 90 millas al norte, llegó Ian a finales del pasado mes de septiembre para cebarse con particular saña sobre el occidente del país.

Y los queridos pinareños han vuelto a cargar con el peso de los mayores destrozos.

Durante largo tiempo en la Mayor de las Antillas se sentirán las dolorosas pérdidas dejadas por el huracán a su paso, y que ahora entre todos debemos resarcir en momentos tan difíciles.

Pero en ese urgente renacer, la solidaridad ha sido ese otro vendaval saludable, ese otro ciclón después del ciclón, que como el rabo de nube de Silvio, ha buscado, más allá de cualquier apoyo material, llevarse lo triste y devolvernos gratitud por la vida, como lo más preciado que tenemos.

La solidaridad que nos salva

Si bien en días tan complejos como estos no han faltado los oportunistas y manipuladores, han sido muchos más los cubanos generosos que han tendido las manos y el alma para darse como la mejor manera de decir feliz, parafraseando a nuestro Apóstol.

De todos los orígenes, credos y filiaciones, ahí han estado los abrazos y el apoyo amigo, por cuenta estatal y por cuenta propia, privados y cooperativos. Han estado los artistas, no para hacer reír y como juglares hacer olvidar la desgracia, sino para comunicar que hay espíritu que aleccionar para relanzarnos a la perpetua conquista por la vida.

Los hermanos de la solidaridad han iluminado de fe y fuerza el escenario de los destrozos y las tristezas inevitables.

Y Cuba ha vuelto a redescubrir esa nobleza y fraternidad que habita entre los suyos y que se desata mucho más en situaciones límite como esta.