El 24 de febrero de 1895, se establece como una fecha en la dilatada continuación de la guerra.

Una guerra hubo en Cuba desde mucho antes del 68: por la independencia de la metrópolis española. Que las armas dejaran de hablar en el campo de batalla, no significaba su término, solo que proseguía de otra forma.

Esa otra proyección la retomó José Martí en plena adolescencia, y más tarde, de consuno con los veteranos, sumando voluntades para engrandecer la causa. El dinamismo desplegado por Martí, resulta descomunal y prolongado.

Su febril actividad, sin embargo, no descuidó ningún por menor; los pasos que se dieron en el avance conllevarían inevitablemente a la Independencia de Cuba. La fecha marcaría, el calendario como un reinicio de la guerra.

Principio que no se extingue

El 24 de febrero significó, entonces, el símbolo del grito simultáneo de toda Cuba para el reinicio de las hostilidades contra el régimen colonial. Fue el acuerdo de la directiva en pleno de la Revolución.

La manigua redentora volvería a reclamar los derechos con los machetes en alto. Así lo quería José Martí, aun cuando el delegado y fututo mayor general del Ejército Libertador desembarcara por playitas de Cajobabodos meses después; ya él estaba en Cuba.

Ni José Martí abandonó nunca Cuba, ni Cuba abandonó nunca a José Martí. Todavía cruza la isla de punta a punta, cabalgando su pensamiento profundo, tierno y viril para su amada Patria.

Cabalga su sueño y su obra, esparciendo el verbo inflamado para que comprendamos, y lo acompañemos. La guerra de Martí, como la llamó Máximo Gómez, es un principio que no se extingue.