En un vaivén de suertes y desgracias cruzó la vida aquel hombre alto, delgado y distinguido que fue Claudio Brindis de Salas Garrido, considerado el mejor violinista de su época.

El Rey de las octavas dominó con maestría el violín y en cada presentación por los más consagrados escenarios de Europa y América, entre ellos la Scala de Milán, conquistó admiración por su virtuosismo.

Dicen que trasmutaba un poder supra terreno, que los dedos alcanzaban agilidades incomprensibles y que ebrio de emoción, en crisis de facultades, derrochaba técnica y expresión a un público que lo escuchaba absorto.

Claudio Brindis de Salas nació en la calle habanera de Águila, el cuatro de agosto de 1852, y falleció en Buenos Aires, pobre, enfermo y desamparado; hoy sus restos descansan en urna, en la iglesia de San Francisco de Paula, cerca del litoral habanero.

El otro Claudio Brindis de Salas

Fue tanta la fama de su hijo, apodado El Paganini negro, que Claudio Brindis de Salas, padre, quedó opacado en la historia de los músicos amables de La Habana del siglo XIX.

Violinista y contrabajista, integró la orquesta La Concha de Oro, notoria en los salones de bailes habaneros de la época; un biógrafo apuntó que captaba las simpatías por sus delicadas maneras, quizás más que por los acordes de su violón, y había borrado su color a despecho de los prejuicios raciales.

Pero, finalmente, la alta sociedad cubana no escapó a las condicionantes de la discriminación y luego de la Conspiración de la Escalera, el otrora mimado músico fue perseguido, llevado a la cárcel y torturado. Faltaron manos amigas que le ayudaran y Claudio Brindis de Salas, el padre de Brindis de Salas, Rey de las Octavas, nunca pudo recobrar los favores de antaño.

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