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Por: Oscar Ferrer

Los vitrales surgieron en Europa, en el siglo XII, y dieron realce a las primeras catedrales. Se estima que a Cuba llegaron desde el Mediterráneo, pues del sur de Italia y de España proviene la técnica del embotellado, que consiste en insertar los fragmentos de vidrio coloreado en una armazón de madera ranurada, y que se aplicó inicialmente en nuestro país cuando en el norte europeo se utilizaba una estructura básica de plomo.

El mundo de la vitralería cubana de los primeros tiempos lo dominó el medio punto, que debe su nombre al arco donde se colocaban los vitrales para adornar las mansiones coloniales.

El vidrio de colores diversos se importaba y en Cuba el cristalero esmerilaba y cortaba, y el carpintero empotraba los fragmentos en la madera, según el diseño previamente concebido.

El resultado era un bello trabajo insertado en el maderamen como auténtico encaje y, a la vez, filtro multicolor de luz.

Vitral habanero

En Europa y América el uso del vitral como elemento decorativo es casi siempre religioso, pero en Cuba comenzó por las viviendas y luego pasó a las iglesias. Los vitrales cubanos de la época colonial aparecen en La Habana Vieja, en las mansiones de los acaudalados, y después llegan a las casas quintas de El Cerro.

Más tarde, durante las primeras décadas republicanas, se construye El Vedado, donde la gran burguesía habanera levanta palacetes y mansiones.

A ese ritmo el vitral se hace más complejo y exquisito, como el de la residencia de Juan de Pedro Baró, esposo de Catalina Lasa, de la autoría del famoso vidriero francés René Lalique, y el que ilumina la escalinata de la casona del poderoso banquero catalán Gelats, sede actual de la Unión de Escritores y Artista de Cuba.

Cabe mencionar que los vitrales republicanos, a diferencia de los coloniales, fueron realizados con la técnica estadounidense del emplomado.

Por la vía del vitral

Mientras La Habana seguía expandiéndose, la pequeña burguesía también quiso mostrar su poder económico.

Así, en repartos de menos lustre que El Vedado y Miramar, como Santos Suárez y ciertas zonas de Luyanó, el vitral ocupó un lugar de relevancia como elemento decorativo.

En la década de los 40 del pasado siglo se imponen el pragmatismo y la modernidad del vecino estadounidense, y los vitrales, sustituidos por ventanales de cristales calovares y la conocida persiana americana, quedan relegados al mundo del arte y solo figuras destacadas de la plástica, como Portocarrero y Amelia Peláez, le dedican atención.

Muchos diseños hizo Amelia, pero no encontró en Cuba a nadie que los realizara. Años después, Celia Sánchez le dio nueva vida al vitral y abrió un taller donde jóvenes artistas abrazaron esta especialidad, entre ellos Rosa María de la Terga, impulsora del vitral cubano actual.