Por: Joel García
De 1959 hacia acá muchos nombres clasifican para el mejor pelotero cubano, incluido los lanzadores, pocos mencionados en análisis populares. Bateadores sobran, aunque por integralidad los más fieles exponentes son Antonio Muñoz, Luis Giraldo Casanova, Antonio Pacheco, Víctor Mesa y Omar Linares.
Cada uno tiene una pirámide de seguidores y de expedientes a su favor, pero no todos eran capaces de llenar estadios para verlos jugar, ni reunían en perfecto balance fildeo, bateo, tacto, fuerza, rapidez e inteligencia para jugar béisbol.
La selección se inclina entonces para tres nombres: Casanova, Mesa y Linares. Luego el corte es bien difícil porque uno supera al otro en datos estadísticos por estrecho margen.
No obstante, los números y la trayectoria de Linares y Casanova impresionan y le dan cierta ventaja.
Linares, un niño incomparable
Un último corte entre Casanova y Linares dejaría libre este último por aquello de jugar a la pelota como una prolongación de sí mismo.
Jamás se le vio desesperado, ansioso, en un slump inconcebible; jamás alzaba la voz más de lo que debía y jamás falló a la hora buena contra los equipos más malos y mucho menos, contra los mejores. Linares jugó porque su cuerpo y su mente necesitaban al béisbol como la sangre al oxígeno.
La estelaridad del pinareño radicaba en eso, en ser espectáculo desde la tranquilidad talentosa. La pelota para él no era un deporte, era su prolongación, era lo que jamás le perdonaría su cuerpo no hacer. Es imposible hablar de un pelotero sin dividir la historia hasta niveles mínimos para ser más profundos y justos.
Linares ha sido el más grande. Puede usted opinar diferente. Hay más aristas y preguntas. Le invitamos a polemizar.